Cancionero de Francesco Petrarca
[...] tristes mis noches son, mis días oscuros; mi pensamiento se ha llevado aquélla, y tan sólo su nombre me ha dejado. |
Cancionero de Francesco Petrarca
[...] tristes mis noches son, mis días oscuros; mi pensamiento se ha llevado aquélla, y tan sólo su nombre me ha dejado. |
Cancionero de Francesco Petrarca
Yo en cambio vivo, y ello me impacienta, privado de la luz que amaba tanto, en desarmado leño y con tormenta. |
Cancionero de Francesco Petrarca
En verdad, somos sólo polvo y humo, en verdad, el deseo ciego ha sido, y falaz, en verdad, es la esperanza. |
Cancionero de Francesco Petrarca
[...] y sientes que mi amor aquí en la tierra, como en el cielo ahora, iba buscando tan sólo el claro sol de tu mirada [...] |
Cancionero de Francesco Petrarca
Mi corazón de penas se sustenta que de ellas mi señor es abundante, y pálido me pongo y anhelante cuando pienso en mi llaga violenta. Pero al lecho en que mi alma se atormenta la que no tuvo igual ni semejante viene -y no oso mirarla, tan radiante- y en el borde, piadosa, se me sienta. Con la mano que tanto he deseado mis ojos seca, y dame un lenitivo que nadie antes que yo había probado. "¿Qué el saber vale al ánimo cautivo del dolor? -dice-. ¡Oh llanto exagerado! ¡Cual no estoy muerta, quiero verte vivo!" |
Cancionero de Francesco Petrarca
Amor, cuando esperanza, y el premio a tanta fe, ya florecía, me arrebataron a quien los traía. ¡Ay despiadada muerte, y cruel vida! La una me ha acongojado y ahogado mi esperanza acerbamente; la otra me tiene aquí mal de mi grado, y desde la partida de aquélla, ésta ir detrás no me consiente. Mas mi dama presente en mi pecho se encuentra todavía, y ve muy bien cómo es la vida mía. |
Cancionero de Francesco Petrarca
Oh primera raíz de mi agonía, ¿dónde la lumbre está del rostros amado en la que, alegre y vivo, me he quemado? Sola aquí, estás en leda compañía. Y me has dejado aquí tan solo y triste que, lleno de dolor, vuelvo, oh señora a adorar el lugar donde estuviste [...] |
Cancionero de Francesco Petrarca
Mientras mi corazón de amor ardía por amorosas larvas carcomido, de bella fiera el rastro yo he seguido por yermos y collados noche y día; y, cantando, de Amor yo me dolía, de la que tan cruel conmigo ha sido; mas poco ingenio y rimas han valido a mi joven e instable fantasía. Murió aquel fuego, y hoy yace enterrado: si con el tiempo hubiera ido aumentando (como en más de uno) hasta la edad madura, con las rimas de que hoy me he desarmado, y con canoso estilo, haría, hablando que las piedras llorasen con ternura. |
Cancionero de Francesco Petrarca
El sitio en que nació mi amor ardiente quiero que tu mirada lo rechace, por no ver lo que odiabas de tu gente. |
Cancionero de Francesco Petrarca
¿Dónde se halla la frente que guiaba mi corazón a esta parte o a aquélla? ¿Dónde las cejas, y una y otra estrella, con las que mi vivir iluminaba? ¿Dónde la discreción con que ella hablaba? ¿Dónde su voz humilde honesta y bella? ¿Dónde están las bellezas que hubo en ella, y con las que a su antojo me llevaba? ¿Dó la sombra gentil del rostro humano, que dio al alma cansada aire y sosiego, donde mis pensamientos vi grabados? ¿Dónde la que me tuvo, ay, en su mano? ¡Cuánto le falta al triste mundo ciego y a mis ojos, que siempre estén mojados! |
Cancionero de Francesco Petrarca
¡Oh mi estrella, oh Fortuna, oh Hado, oh Muerte, oh día para siempre dulce y crudo, cómo me habéis hundido en el abismo! |
Cancionero de Francesco Petrarca
¡Ay de mí, mirar suave y rostro amado, ay de mí, porte grácil y altanero, au de mí, hablar que hacías al más fiero humilde, y al más vil aventajado! ¡Y ay de mí, dulce risa, que aguzado dardo lanzaste del que muerte espero! ¡Alma digna de real e imperial fuero, si tarde al mundo no hubiera llegado! Mi amante ardor no ha de sufrir mudanza, ya que fui vuestro; y sé que si me privo de vosotros, no habrá mayor tormento. Me llenasteis de anhelo y de esperanza al despedirme el sumo placer vivo, mas las palabras se llevaba el viento. |
Cancionero de Francesco Petrarca
De sus ojos tan viva luz venía hacia mí dulcemente fulgurando, y de un corazón cuerdo, suspirando, de alta elocuencia tal caudal fluía, que pienso que el recuerdo de aquel día me llega a consumir, rememorando cómo el brío me estaba allí faltando porque variaba su costumbre impía. Mi alma, de afán y pena alimentada (¡tal poder tiene una prescrita usanza!), contra el doble placer, llegó a enfermarse, que al sabor de merced tan desusada, temblando de pavor o de esperanza, estuvo entre marcharse o no marcharse. |
Cancionero de Francesco Petrarca
Estaba yo mirando fijamente el rostro del que estoy enamorado cuando Amor, cual diciendo "¿qué has pensado?", tendió la mano que es mi amor siguiente. Como pez en la red quedó mi mente donde por bien obrar había llegado, y a lo real no volvió el juicio ocupado, o como en liga pájaro inocente. La vista, que perdió el primer aspecto, como soñando hacia él se dirigía, porque sin él su bien era imperfecto: el alma, entre una y otra gloria mía, yo no sé qué celeste y raro afecto y qué extraña dulzura en sí sentía. |
Cancionero de Francesco Petrarca
De aquella bien quisiera yo vengarme que mirando y hablando me destruye y, al alejarse, mi pasión rehúye, tras sus crueles ojos ocultarme. Así la fuerza empieza ya a faltarme, que por ella en mi pecho disminuye, pues sobre él ruge cual león: y huye el sueño que debía consolarme. El alma, que del cuerpo desenlaza la Muerte, va a buscar a esa altanera, a pesar de que siempre la rechaza. Y me sorprenderá sobremanera que, mientras habla, suspira y la abraza, no interrumpa su sueño, si se entera. |
Cancionero de Francesco Petrarca
-Mira aquel monte, corazón aciago, do dejamos ayer a la que un día nos mostró compasión, más hoy querría arrancarnos de lágrimas un lago. Vuelve allí, que de estar solo me pago, e intenta comprobar si todavía para el duelo creciente hay mejoría, oh de mi mal partícipe y presago. -Que a ti mismo te olvidas oigo y veo y crees al corazón en tu costado, lleno de pensamientos miserables. Al alejarte del mayor deseo, tú te fuiste, pero él allí ha quedado, escondido en sus ojos adorables. |
Cancionero de Francesco Petrarca
Yo yerro, Amor, y el yerro mío siento y obro como quien tiene ardiendo el seno, pues crece mi dolor, y me enajeno, y a mi razón venciendo está el tormento. Solía frenar mi ardiente sentimiento por no turbar un rostro tan sereno ya no puedo, que me has quitado el freno y arde mi alma en su propio desaliento. Mas si, contra mi estilo se violenta, su espuela es quien la enciende y quien la guía al mal camino en que salvaste intenta, y más aún la virtud y cortesía de mi señora: haz tú que se dé cuenta y se perdone por la culpa mía. |
Cancionero de Francesco Petrarca
Me lleva, ay triste, Amor donde no quiero y sé que llego a donde no debiera, por lo cual, a quien dentro de mí impera mis importunidades reitero. Nunca de escollos alejó el barquero a una nave en la que un tesoro fuera cuanto a mi barca yo, flaca y ligera, de los embates de su orgullo fiero. Mas por llorosa lluvia y fuertes vientos de infinitos suspiros es movida, pues reinan en mi mar noche e invierno: y a ella tedio y a sí angustia y tormentos lleva sólo, a las olas sometida, desarmada de velas y gobierno. |
Cancionero de Francesco Petrarca
Cuando os escucho hablar tan dulcemente como Amor a sus fieles les instila, tanto el deseo ardiente se encandila que inflamaría a la difunta gente. Entonces a mi dama hallo presente doquiera ya me fue dulce o tranquila y con suspiros, no con otra esquila, me despertaba tan frecuentemente. Con el cabello al aura desatado, volver la veo: al corazón tan bella regresa porque viene con su llave. Mas el fuerte placer, atravesado en mi lengua, de qué modo está llena dentro de mí mostrar claro no sabe. |
Cancionero de Francesco Petrarca
Amor, que vive en mi alma y la domeña y en mi pecho su sede mayor tiene, armado a veces a la frente viene, se instala allí, y allí planta su enseña. La que a amar y a sufrir a mí me enseña, y quiere que el deseo ardiente frene con respeto y razón -que así conviene-, porque me muestro osado me desdeña. Y Amor huye hacia el pecho, temeroso, toda empresa abandona y tiembla y llora, y no asoma, escondido y silencioso. ¿Qué más haré, si es mi señor medroso, que estar con él hasta la extrema hora? Quien muere amando tiene un fin dichoso. |
¿En que trabaja Kote?