Los besos en el pan de Almudena Grandes
Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, ¿Sabes? Pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla.
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Los besos en el pan de Almudena Grandes
Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, ¿Sabes? Pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla.
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El lector de Julio Verne de Almudena Grandes
Todos los días comenzaban igual, los mismos pasos, las mismas palabras, y aquel beso pequeño como si quisiera quedarse impreso para siempre en mi mejilla.
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El corazón helado de Almudena Grandes
No tengas miedo de las ideas, Julio, porque los hombres sin ideas no son hombres del todo
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La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
Nunca lograrás hacer bien nada que no te apetezca hacer.
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Inés y la alegría de Almudena Grandes
Las heridas que inflige el enemigo se pueden soportar con la cabeza alto, sin dudar, sin descreer que lo que se sabe, de lo que se siente, pero las que abre un amante no se cierran jamás, y yo amaba a Galán.
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Las edades de Lulú de Almudena Grandes
Jugaba conmigo, siempre le había gustado hacerlo. Él me había enseñado muchos de los juegos que conocía y me había adiestrado para hacer trampas. Él solía hacer trampas, y solía ganar.
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El lector de Julio Verne de Almudena Grandes
Todos los libros tratan del amor, aunque no haya chicas, ni besos, ni boda al final. Todos los libros tratan del amor, aunque el amor no sea más que la fascinación, la difícil lealtad de un niño bueno y valiente hacia un valiente y codicioso pirata con una pata de palo y un loro en el hombro.
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Inés y la alegría de Almudena Grandes
La Historia inmortal hace cosas raras cuando se cruza con el amor de los cuerpo mortales.
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La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
Hildegart era mi obra, explicó doña Aurora, y no me salió bien. Tardé demasiado en darme cuenta, pero ahora estoy segura. Todos mis esfuerzos han sido vanos, y después... Lo que he hecho es lo mismo que hace un artista que comprende que se ha equivocado y destruye su obra para empezar de nuevo.
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Los aires difíciles de Almudena Grandes
Se besaron durante mucho rato sin dejar de mirarse, como si los dos pudieran adivinar al mismo tiempo lo raro y lo bueno que cada uno de ellos era para el otro.
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Los besos en el pan de Almudena Grandes
Pero los españoles, que durante muchos siglos supimos ser pobres con dignidad, nunca habíamos sabido ser dóciles.
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Las tres bodas de Manolita de Almudena Grandes
Con el tiempo comprendí que la alegría era un arma superior al odio, las sonrisas más útiles, más feroces que los gestos de rabia y desaliento. Para las mujeres de Cuelgamuros la felicidad era una consigna, el grito mudo que recordaba a los de abajo, día tras día, que su victoria no había sido bastante para acabar con nosotras
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Castillos de cartón de Almudena Grandes
Estábamos en Madrid en 1984 y teníamos veinte años, Madrid tenía veinte años, España tenía veinte años y todo estaba en su sitio, un pasado oscuro, un presente luminoso, y una flecha que señalaba en la dirección correcta hacia lo que entonces creíamos que sería el futuro. Aquel fue nuestro riesgo, y nuestro privilegio.
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Los besos en el pan de Almudena Grandes
Así, los niños de entonces aprendimos a no preguntar, aunque a los españoles de hoy no les gusta recordarlo. Tampoco acordarse de que vivían en un país pobre, aunque eso no era ninguna novedad. Los españoles siempre hemos sido pobres, incluso en la época en que los reyes de España eran los amos del mundo, cuando el oro de América atravesaba la península sin dejar a su paso nada más que el polvo que levantaban las carretas que lo llevaban a Flandes, para pagar las deudas de la Corona. En el Madrid de mediados de siglo XX, donde un abrigo era un lujo que no estaba al alcance de las muchachas de servicio ni de los jornaleros que paseaban por las calles para hacer tiempo, mientras esperaban la hora de subirse al tren que los llevaría muy lejos, a la vendimia francesa o a una fábrica alemana, la pobreza seguía siendo un destino familiar, la única herencia que muchos padres podían legar a sus hijos. |
La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
Si las cuerdas importamos poco, imagínese las locas, ellas son las últimas de todas las filas.
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El corazón helado de Almudena Grandes
Eso había sido el miedo para ellos, un paisaje, una patria, una costumbre, una condición invariable que no se cuestiona, la misma vida.
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¿En qué ciudad nació Almudena Grandes?