Castillos de cartón de Almudena Grandes
Quise confundir el riesgo con la arrogancia, la ambición con la locura, el placer con el vicio, el amor con el cálculo, la suerte con la desgracia.
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Castillos de cartón de Almudena Grandes
Quise confundir el riesgo con la arrogancia, la ambición con la locura, el placer con el vicio, el amor con el cálculo, la suerte con la desgracia.
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Castillos de cartón de Almudena Grandes
Estábamos en Madrid en 1984 y teníamos veinte años, Madrid tenía veinte años, España tenía veinte años y todo estaba en su sitio, un pasado oscuro, un presente luminoso, y una flecha que señalaba en la dirección correcta hacia lo que entonces creíamos que sería el futuro. Aquel fue nuestro riesgo, y nuestro privilegio.
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Todo va a mejorar de Almudena Grandes
Pensó que a Cristal no le hacía falta saber lo que acababa de contarle, que el simple conocimiento del asesinato de Yénifer podía ponerla en peligro, que había sido egoísta al revelar aquel secreto que la asfixiaba cuando estaba despierta y no la dejaba dormir por las noches. Pero mientras pensaba eso, olvidó muchas cosas. Olvido que estaba ante una mujer a la que las maras de Tegucigalpa habían dejado viuda antes de cumplir los veinticinco años. Que había dejado atrás, en la casa de sus padres en San Salvador, a dos hijos muy pequeños que habían crecido sin ella. Que había venido a España sola, sin dinero, sin contactos, y había logrado salir adelante.
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Todo va a mejorar de Almudena Grandes
A veces, sin darse mucha cuenta, Elisa sentía que el destino, o el fantasma de Javier Llorente, o el odio por el MCSY que formaba parte indisoluble de su memoria, habían decretado que ella estuviera allí, aquella noche, para dar testimonio del crimen. Porque sabía que antes o después tendría que arriesgarse a compartir su secreto. No tendría más remedio que hacerlo por la verdad, por la dignidad de Yenifer, por su propia dignidad, pero no sabía cómo, cuándo, con quién,
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El corazón helado de Almudena Grandes
No tengas miedo de las ideas, Julio, porque los hombres sin ideas no son hombres del todo
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Los besos en el pan de Almudena Grandes
En este barrio viven familias completas, parejas con perro y sin perro, con niños, sin ellos, y personas solas, jóvenes, maduras, ancianas, españolas, extranjeras, a veces felices y a veces desgraciadas, casi siempre felices y desgraciadas a ratos.
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Los aires difíciles de Almudena Grandes
El mar no pertenece a los déspotas. En su superficie pueden todavía ejercer sus derechos inocuos, batirse entre devorarse, transportar a ella todos los horrores terrestres. Pero a treinta pies de profundidad, su poder cesa, su influencia se apaga, su potencia desaparece.
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Los besos en el pan de Almudena Grandes
Después, alguien nos dijo que había que olvidar, que el futuro consistía en olvidar todo lo que había ocurrido. Que para construir la democracia era imprescindible mirar hacia delante, hacer como que aquí nunca había pasado nada. Y al olvidar lo malo, los españoles olvidamos también lo bueno. No parecía importante, porque de repente éramos guapos, éramos modernos, estábamos de moda… ¿ para qué recordar la guerra, el hambre, centenares de miles de muertos, tanta miseria?
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El corazón helado de Almudena Grandes
Luchaban por España, para seguir luchando, para poder volver a luchar en España, y los franceses lo sabían, los aliados lo sabían, todo el mundo lo sabía. Hoy por ti y mañana por mí, pensaban pero no. Pero no. Hoy fue por ellos y al día siguiente por Francisco Franco.
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El corazón helado de Almudena Grandes
Todos recordaban la leyenda de aquella bomba que no estalló al caer sobre las líneas republicanas en el frente de Guadalajara, y la emoción legendaria del artillero que la desmontó por curiosidad, para encontrar dentro un papel escrito en un español sólo aproximado pero más que legible, camaradas, las bombas que yo armo, no explotan. La guerra de España había sido la guerra de un anónimo obrero alemán, y esta guerra era también la suya.
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El corazón helado de Almudena Grandes
Mis madres, porque tenia dos, dormían en el piso de arriba, en la habitación principal, donde duermo yo desde que me casé. Pero, según ellas, no eran lesbianas, nunca lo han sido. Eran amigas, dormían juntas, discutían, se daban celos, se ponían los cuernos, tenían unas broncas monumentales en la cocina, pero no eran lesbianas.
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Los besos en el pan de Almudena Grandes
Así, los niños de entonces aprendimos a no preguntar, aunque a los españoles de hoy no les gusta recordarlo. Tampoco acordarse de que vivían en un país pobre, aunque eso no era ninguna novedad. Los españoles siempre hemos sido pobres, incluso en la época en que los reyes de España eran los amos del mundo, cuando el oro de América atravesaba la península sin dejar a su paso nada más que el polvo que levantaban las carretas que lo llevaban a Flandes, para pagar las deudas de la Corona. En el Madrid de mediados de siglo XX, donde un abrigo era un lujo que no estaba al alcance de las muchachas de servicio ni de los jornaleros que paseaban por las calles para hacer tiempo, mientras esperaban la hora de subirse al tren que los llevaría muy lejos, a la vendimia francesa o a una fábrica alemana, la pobreza seguía siendo un destino familiar, la única herencia que muchos padres podían legar a sus hijos. |
La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
Si las cuerdas importamos poco, imagínese las locas, ellas son las últimas de todas las filas.
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La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
El amor no es una panacea, un hechizo capaz de curar cualquier herida, de salvar cualquier obstáculo, de arreglar cualquier destrozo.
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La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
"Durante más de veinte años, aquella chica que sabía a yema batida con azúcar no dejó de estar presente en mi memoria, aunque nunca la eché de menos."
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La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
-Mucho gusto- dije al estrechar la mano del ideólogo de la eugenesia fascista española, creador de la teoría de que el marxismo era un gen perverso, intrínsecamente asociado con la inferioridad mental, que debía extirparse a toda costa, fusilando a sus portadores y arrebatándoles a sus hijos recién nacidos para entregarlos a familias intachables, que sabrían neutralizar su pésima herencia genética a través de la adecuada educación religiosa y patriótica.-Él me habló mucho de usted.
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El corazón helado de Almudena Grandes
Ignacio sintió entonces, uno por uno, cada día de esos tres años largos como tres siglos, y fue consciente de su cuerpo como nunca antes lo había sido. Encaramado en el cielo del placer, de la alegría, recordó los colores del infierno, el dolor sordo y constante de su vida pasada, la humillación, el frío, el cansancio de los barracones, y creyó en Anita, como si su cuerpo tuviera el poder de enderezar el mundo, de devolverle todo lo que había perdido, de rescatarle de tanta derrota, tantas traiciones, o como si intuyera que la felicidad de aquel instante lo cambiaría todo, porque nada sería igual cuando él pudiera recordar aquella noche, aferrarse a su recuerdo para no caer en el abismo espeso del desaliento. Mientras tanto, se enamoró de ella como nunca había estado enamorado de nadie, como no volvería a enamorarse jamás
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La madre de Frankenstein de Almudena Grandes
A ratos duele mucho pensar en la gente a la que quieres.
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¿En qué ciudad nació Almudena Grandes?