En el mundo de
Siega no existe la muerte. La humanidad ha alcanzado tal nivel de desarrollo tecnológico que la muerte ha sido eliminada de la vida de las personas. No solo nadie muere ya por causas naturales, cuando una persona muere debido a cualquier otra causa es llevada a un centro de reanimación y en un par de días está de nuevo viva y en perfecto estado. La muerte es menos molesta en el mundo de
Siega que un pequeño resfriado en el nuestro. Los seres humanos son pues inmortales y tienen la posibilidad de “reiniciar el contador” cuando les parece oportuno, rejuvenecer su cuerpo hasta la edad que les parezca más adecuada. Por si no fuera poco todos tienen miles de nanobots microscópicos inyectados en el cuerpo que sanan cualquier posible herida y evitan el dolor físico. Seres humanos inmortales con cientos de años de edad viviendo en cuerpos jóvenes y perfectos. Además, hace décadas que la humanidad llegó a la cumbre del conocimiento, no hay nada que la humanidad no sepa ni nada que le quede por inventar. Inmortales centenarios con acceso a todo el conocimiento posible. Quien dirige este mundo perfecto es el
Nimbo, una superinteligencia digital justa y equitativa que ha llevado a la humanidad a su culmen.
Neal Shusterman abunda en diversas ocasiones en el absurdo de una vida sin complicaciones. Los seres humanos de esta novela son personas sin objetivos ni metas. En un mundo en que se ha alcanzado ya todo el desarrollo tecnológico posible, nada queda por inventar, las personas acuden a las escuelas y universidades más por ocupar su tiempo que por un interés genuino en tener más conocimientos. El
Nimbo controla absolutamente todo en el mundo, desde los coches que conduce de forma remota, hasta el último proceso de la fábrica más remota del planeta. Las personas acuden al trabajo cada día como forma de mantenerse ocupadas, pero lo cierto es que nada de lo hagan en su puesto de trabajo tiene una importancia real, pues todo está dirigido y controlado por el
Nimbo. Nadie muere, nadie pasa hambre, nadie se queda sin trabajo, nadie tiene un aspecto que no desee tener. La vida dura centenares de años pero pasa entre la más absoluta rutina y falta de pasión. En el mundo de
Siega no existe la muerte, así que la humanidad la ha inventado.
El único problema real de la humanidad es la sobrepoblación en un mundo limitado, y el último acto de verdadera libertad humana antes de entregarle el mundo al
Nimbo fue la creación de la Guadaña. Esta organización es responsable de mantener a la humanidad en unos números compatibles con los recursos y el espacio del planeta. Los miembros de esta organización, los segadores, son los encargados de cribar a la población. Acabar con la vida de las personas de forma aleatoria, equilibrada y aséptica para mantener a la población en unos límites aceptables. Todo perfectamente organizado, con unas normas y unas cuotas que cada segador debe cumplir. Las víctimas de los segadores son las únicas que no pueden ser reanimadas. Cuando un segador mata, lo hace para siempre. La Guadaña es la única organización totalmente ajena al
Nimbo y los Segadores las únicas personas que no son controladas ni pueden tener acceso al mismo. El último reducto de dominio humano, y por tanto el único lugar en que las viejas costumbres humanas de la política, la traición, la intriga y el ansia de poder todavía siguen vigentes.
Todo
Siega es una crítica a la sociedad de la comodidad. Si tenemos lo que queremos cuando lo queremos, dónde queda el mérito, dónde la emoción. Hacen falta esfuerzos, sufrimientos, escasez, en definitiva, anhelo por una vida mejor para hacer a las personas moverse hacia delante. Uno de los aspectos más interesantes de
Siega es el propio concepto del
Nimbo, contrariamente a lo que estamos acostumbrados en historias en las que un superordenador toma conciencia y trata de dominar el mundo, el
Nimbo no es un ente maligno, no se trata de una inteligencia artificial autoritaria con afán de autorreplicación y dominio sino una inteligencia con un sentido de la moral y la justicia más elevado que el de los seres humanos a los que gobierna. El
Nimbo es al fin y al cabo perfecto, y como tal gobierna el mundo de forma sabia y equitativa, dando a cada uno lo que necesita en el momento en que lo necesita y repartiendo los recursos de la forma más justa. En un determinado momento
se dice que el
Nimbo decide qué delitos persigue y cuáles pasa por alto, no porque no los vea –el
Nimbo lo ve todo- sino porque decide que no merecen ser perseguidos. El
Nimbo es capaz de discernir entre un verdadero acto de maldad intencionada y un inocente accidente con un sentido moral e incluso humano del que la fría justicia humana carece.
La Guadaña es todo lo que le falta a esta humanidad perfecta. Externamente la presencia de los segadores presenta una amenaza de muerte real. Los segadores se pasean por la calle con sus largas túnicas causando miedo y rechazo en las personas con las que se cruzan, dándoles algo que temer, algo de lo que huir, algo a lo que admirar incluso –los segadores son temidos y adorados como auténticas estrellas a partes iguales-. de esta forma la muerte se convierte de nuevo en algo cotidiano, algo con lo que vivir, algo que encontrarse al pasear por la calle. Una de las pocas emociones intensas y reales que quedan. Internamente, los segadores son las únicas personas del planeta con un trabajo que importa. Más allá del debate sobre la diferencia entre la muerte y el asesinato –del que hay mucho en la novela- las acciones de los segadores se mantienen en el tiempo, tienen un impacto en las personas y en la sociedad, tienen una responsabilidad, algo por lo que vivir. En un mundo de personas inmortales, los segadores son los únicos que están realmente vivos.
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