Pero, por fin se me ocurrió que tarde o temprano todos los hombres deben morir. Al final, todo muere. «Pueden retrasarme, pero no evitarme», me dije. «¿Por qué preocuparse?»
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Pero, por fin se me ocurrió que tarde o temprano todos los hombres deben morir. Al final, todo muere. «Pueden retrasarme, pero no evitarme», me dije. «¿Por qué preocuparse?»
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Ser la mano derecha de Ymor era como si te azotaran amablemente hasta la muerte con cordones perfumados de zapatos.
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Más tarde, aquella noche, se concentró tanto en sus estudios que olvidó el tema por completo.
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Los habitantes habían hecho de la profesión de observador interesado un auténtico arte.
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Hummm, titubeó su imaginación al poco rato. No era que el troll resultase aterrador. En vez de la monstruosidad putrefacta y llena de tentáculos que esperaba, Rincewind se encontró mirando a un anciano regordete, pero no particularmente feo, que podría pasar por normal en las calles de la ciudad. Siempre, claro está, que el resto de los transeúntes estuvieran acostumbrados a ver ancianos aparentemente compuestos de agua y muy poca cosa más. Era como si el océano hubiera decidido crear vida sin pasar por todo el tedioso proceso de la evolución, limitándose a formar un bípedo con parte de sí mismo, y enviarlo a chapotear por la playa. El troll era de un agradable color azul transparente. |
Un doble arco iris empezaba a aparecer. Cerca del inicio de la Catarata Periférica estaban los siete colores menores, que chispeaban y bailaban entre la espuma de los mares moribundos. Pero palidecían en comparación con la franja más ancha que flotaba tras ellos, sin dignarse a compartir el mismo espectro. Era el Color Rey, del cual todos los colores menores eran simples reflejos parciales e insulsos. Era el octarino, el color de la magia. Estaba vivo, brillante y vibrante. Y era, sin discusiones, el pigmento de la imaginación: porque, allí donde aparecía, indicaba que la simple materia estaba al servicio de los poderes de la mente mágica. Era la esencia misma del encantamiento. Pero a Rincewind siempre le parecía una especie de púrpura verdoso. |
La desaparición brusca de varios quintillones de átomos, de un universo en el que todos modos no tenían derecho a estar, provocó al instante un desequilibrio en la armonía de la totalidad, que esta intentó compensar a la desesperada, aunque acabó con unas cuantas subrealidades en el proceso. Grandes oleadas de magia pura hirvieron incontrolables bajo los mismos fundamentos del multiverso, y escaparon por cada ranura posible hacia dimensiones más tranquilas. A su paso, provocaron novas, supernovas, colisiones estelares, la emigración de bandadas de gansos y el hundimiento de continentes imaginarios. Al otro extremo del tiempo, algunos mundos presenciaron puestas de sol de un crepitante color octarino, cuando partículas con una fuerte carga mágica atravesaron rugientes la atmósfera. En el halo cometario que rodea el Sistema Gélido de Zeret, un noble cometa murió como un príncipe, atravesando en llamas el cielo.
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Desde que tenía dos años, le habían cautivado las imágenes de aquellas bestias que aparecían en El Libro Octarino de las Hadas. Su hermana le había dicho que no existían en realidad, y él recordaba la amarga decepción que sufrió. Decidió que, si en el mundo no se encontraban aquellas hermosas criaturas, el mundo no era ni la mitad de bueno de lo que podría ser. Y más tarde, cuando empezó a trabajar como aprendiz con Ninereeds, el Maestro Contable, cuya mentalidad gris era todo lo que no eran los dragones, ya no le quedó tiempo para soñar.
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—Claro —asintió Rincewind—, Lo que más les gusta a los héroes son ellos mismos.
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Entonces, la Muerte recordó lo que iba a suceder aquella misma noche. No sería correcto decir que sonrió, ya que, en cualquier caso, sus rasgos estaban perpetuamente congelados en una sonrisa calcárea. Pero empezó a tararear una tonadilla, tan alegre como el entierro de un apestado, y —deteniéndose solo para robarle la vida a una mosca de mayo, y una de sus nueve vidas a un gato que se escondía cobardemente bajo la caseta de pescado (todos los gatos ven el octarino)—, la Muerte giró sobre sus talones y echó a andar hacia el Tambor Roto.
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?