Libérame

Pero el tiempo es algo más allá de nuestra finita comprensión. Es infinito, existe fuera de nosotros; no se nos puede acabar, no podemos perderlo ni encontrar una manera de detenerlo. El tiempo sigue cuando nosotros ya no.

Esperanza. Es como una gota de miel, un campo de tulipanes en flor durante la primavera. Es como la lluvia fresca, una promesa en voz baja, un cielo sin nubes, el signo de puntuación perfecto al final de una oración. Y es la única cosa en este mundo que me mantiene a flote.

Y me sonríe hasta que solo sonríe para sí mismo, hasta que baja la mirada hasta mi mano, la que tengo sobre el regazo, y duda un momento antes de que sus dedos rocen la piel suave y delgada que cubre mis nudillos. No respiro. No hablo. Ni siquiera me muevo.
Titubea como si esperara que retirase la mano y debo hacerlo, sé que debo pero no lo hago. Así que me toma la mano. La observa. Pasa sus dedos por las líneas de la palma, por las arrugas de las articulaciones, por el punto sensible entre el pulgar y el índice y su tacto es tierno, delicado y gentil y se siente tan bien que duele, en verdad duele. Y es demasiado para mi corazón.

No quiero ser el motivo del dolor que hay en sus ojos, no otra vez, y de alguna manera he decidido que guardar secretos es la única manera de no lastimarlo.

Es como pasar seis meses tratando de inhalar. Es como olvidar cómo mover los músculos y revivir cada nauseabundo momento de tu vida y luchar por sacar todas las astillas de tu cuerpo. Es como aquella vez que...tratabas de hablar pero tu garganta estaba llena de nubes de lluvia. Es como si alguien más hubiera colmado el océano de silencio y lo hubiera derramado completo dentro de esta habitación.

Intento con fuerza desviar la mirada, olvidar, averiguar cómo borrar lo que acaba de pasar, pero lo único en lo que pienso es que la vida es como un columpio roto, como un niño nonato, como un puñado de espoletas. Es toda posibilidad y potencial, pasos correctos y equivocados hacia un futuro que no está garantizado y estoy... estoy tan equivocada. Todos mis pasos son equivocados, siempre equivocados. Soy la encarnación del error. Porque esto no debió haber ocurrido.

Me mira fijamente. Me mira y no hace como si no lo hiciera. No desvía la mirada. No dice nada. Sus ojos viajan de mis ojos a mi boca, concentrándose en mis labios un instante demasiado largo. Después desvía la mirada por un segundo antes de volver a posarla sobre mí. Más profundo. Más intenso. Me duele el corazón. Veo los dolorosos movimientos de su garganta. Cómo sube y baja su pecho. La tensa línea de su quijada y la forma en que está sentado, perfectamente inmóvil. No dice nada, nada en absoluto.

La soledad es una cosa muy extraña.
Se te encarna, quieta y silenciosa, se sienta a tu lado en la oscuridad, te acaricia el pelo cuando duermes. Se enreda en torno a tus huesos, apretándote tan fuerte que casi no puedes respirar. Deja mentiras en tu corazón, yace a tu lado por la noche, succiona la luz de cada rincón. Es una compañera constante que toma tu mano solo para derribarte cuando intentas levantarte. Te despiertas en la mañana y te preguntas quién eres. No puedes dormir por las noches y tiemblas. Dudas dudas dudas.
¿Sí?
¿No?
¿Deberé?
¿Por qué no?
E incluso cuando estás lista para dejarla ir. Cuando estás lista para liberarte. Cuando estás lista para ser completamente nueva. La soledad es una vieja amiga de pie junto a ti en el espejo, mirándote a los ojos, retándote a vivir tu vida sin ella. No encuentras las palabras para luchar contra ti, para luchar contra las palabras que te gritan que no eres suficiente nunca suficiente nunca nunca suficiente.
La soledad es una compañera amargada y miserable.
A veces simplemente no te deja ir.

Es el tipo de sonrisa que me hace olvidar cómo hacer cualquier cosa menos pestañear y pestañear, y no entiendo lo que me pasa. No sé por qué no puedo convencer a mis ojos de encontrar algo más en qué concentrarse. No sé por qué mi corazón se está volviendo loco.

Es el tipo de sonrisa que lo transforma por completo en otra persona, el tipo de sonrisa que cuelga estrellas de su mirada y coloca un resplandor en sus labios.