Libérame

Había algo en ti que se sentía distinto. Algo en tus ojos era tan tierno. En carne viva. Como si no hubieras aprendido a esconder tu corazón de los ojos del mundo.

Y desearía poder poner sus palabras en mi bolsillo y tocarlas de vez en cuando para recordarme que existen.

Y no puedo hacer menos que volver a la otra versión de mí misma: una niñita asustada que quiere seguir doblándose en dos hasta que ya no puedan encontrarla.

Es como si algún botón en mi cerebro estuviera roto, como si tuviera alguna enfermedad que me obligara a disculparme por todo: por existir, por querer más de lo que me han dado. Y no puedo detenerme. Eso es lo que hago.

Estoy atrapada entre él y la pared y no tengo a dónde ir, y aunque pudiera escapar no querría hacerlo. No quiero tener que luchar contra esto, aunque algo dentro de mí me grita que está mal ser tan egoísta permitiéndole estar conmigo si voy a terminar lastimándolo. Pero él me mira, me mira como si lo estuviera matando, y me doy cuenta de que lo lastimo más tratando de alejarme.

A veces me tortura sonriendo cuando tarda demasiado en reducir el espacio entre nosotros, deleitándose con el sonido de mi corazón contra mi pecho, con los agudos suspiros que tanto intento contener, con la manera como trago cien veces justo antes de que se acerque a besarme.

Sonríe como si alguien hubiera colgado estrellas en sus labios, y me mira, me mira como si yo lo fuera todo y siento ganas de llorar.

Es el tipo de beso que te hace darte cuenta de que el oxígeno está sobrevaluado.

Básicamente lo que hiciste fue meter tu mano en mi pecho y arrancarme el corazón, y ¿ahora me preguntas si estoy bien? ¿Cómo diablos se supone que esté bien?

Quiero saber cómo convencerte de que diseñes una sonrisa que sea sólo para mí