¿Ha muerto mamá?

Cuando me topé con las primeras reflexiones sobre lo que es la realidad y lo que es la verdad, la gran diferencia que hay entre ellas y su importancia (o no) en el arte, supe que estaba ante el libro correcto. Después entendí que, no solo estaba ante el libro correcto, sino que me encontraba ante la mejor disección de la relación entre una madre y una hija que he leído jamás. Nunca había encontrado un libro que se adentrara de una forma tan minuciosa en el laberinto de la familia, en la maneras que tienen las relaciones familiares de crearse y destruirse, en lo que supone el silencio. El silencio es la oportunidad de inventar al otro, de reescribir el pasado, de imaginar cómo sería todo si no hubiera pasado nada. Si tú mismo no hubieras sido tú y hubieras sido, no sé, por ejemplo, tu hermana. Porque sí, cada persona es diferente, cada hijo lo es. Cada uno se dirige a sus padres de una manera distinta y, por tanto, recibe un trato o una respuesta única, particular. Igualarnos sería lo mismo que renunciar a nuestra personalidad. Pero eso genera luchas, desacuerdos, reacciones que no entendemos, sobre todo si vemos otras muy distintas hacia los demás. Y es que quizá haga falta crecer para entender que nuestros padres son algo más que padres, para comprender ciertos comportamientos que en la niñez se nos escapan. Quizá haga falta ser mayor de lo que tu madre es en tu recuerdo para saber lo difícil que es crecer. Lo difícil que es dejar marchar.

Empecé esta lectura con muchísimas ganas, porque pese a no haber leído nada anteriormente de la autora, había escuchado unas críticas increíbles de la herencia, su anterior novela.

Además, de primeras la temática no podía atraerme más. En ¿Ha muerto mamá? se abordan las relaciones familiares, especialmente la relación maternofilial y las contradicciones de la maternidad. La relación madre hija que protagoniza la novela es una auténtica bomba de relojería, llena de asuntos por resolver.
La autora encara los entresijos de las relaciones familiares de una manera muy honesta y valiente, desmitificando de raíz la visión idílica de la familia feliz, y plantándonos de lleno en unas situaciones muy duras que aunque se vivieron hace muchos años, aún se mantienen muy vivas en el presente.

Para ello, Vigdis Hjorth perfila a unos personajes hiper realistas y repletos de claroscuros, que pese a que nos harán odiarlos por momentos y a la vez empatizar con ellos de una manera increíble, creo que es uno de los puntos más fuertes de la historia.

La narración de la autora es muy directa y ágil de leer, aunque con un estilo muy delicado e intimista que invita a hacer una lectura pausada y reflexiva de la novela.

Los capítulos súper breves, llegando a ser únicamente una línea o un párrafo, lo cual me ha encantado por dar la sensación de estar conociendo la historia de una manera fragmentada, donde cada una de las partes tiene una gran importancia para el conjunto.

El principal problema para mí, y lo que me impide darle más nota, es que llega a un punto en el que la autora parece perder un poco el rumbo de la narración, quedándose en un bucle de anécdotas del pasado y reflexiones, que por no tener una dirección muy clara a mi me terminaron resultando un poco repetitivas.

Aunque en general, es una historia que recomendaría a todas aquellas que os apasionen como a mi las historias que aborden las relaciones familiares. No descarto darle una oportunidad en un futuro a su anterior novela.

Este #nordicodiciembre he decidido animarme con un libro de una de las autoras noruegas más célebres de los últimos tiempos, Vigdis Hjorth. El libro en cuestión es “¿Ha muerto mamá?”, una historia que aborda las relaciones familiares desde el punto de vista de la decepción, del anhelo, enfocando los lazos familiares de una forma realista y para nada idílica.

Johanna es una artista que ha pasado los últimos treinta años lejos de su familia, en Estados Unidos; una galería quiere exponer algunas de sus obras, lo que la obliga a volver a casa después de tantos años. Este hecho hará que Johanna empiece a replantearse muchas cosas y empiece a darle un nuevo giro a su vida, a su presente y su futuro, pero también a su pasado.

Con capítulos cortos y una prosa ágil y fluida, la autora nos regala una historia sencilla en su forma pero compleja en su fondo, directa, realista, cotidiana. Aunque no se comparta la situación que nos narra, estoy segura de que muchas de las sensaciones y de los pensamientos de la protagonista son comprendidos e incluso compartidos por el lector, con lo que resulta fácil ponerse en su piel, empatizar con ella y comprenderla.

Una historia que cumple perfectamente su función, entretiene, interesa, atrapa y consigue que el lector reflexione sobre cómo lleva su vida y sus relaciones.

Había leído muy buenas críticas sobre la autora y debo reconocer que ha cumplido con creces mis expectativas. Un libro perfecto cuando lo que se busca es una lectura rápida y entretenida.

Contar una relación entre madre e hija no es novedoso, de hecho, se podría decir que desde hace unos años hay una extensa narrativa que trata este tema, como una ola continua que lame y erosiona sin parar la orilla de la literatura familiar.

Pero hay algo en esta novela que hace que esta relación sea especialmente interesante y cercana, de un modo que permite la punzante empatía pero también el rechazo ambivalente, ya que nos resultará complicado poder decidirnos de qué parte estamos (si es que necesitamos hacerlo).

Johanna abandonó a su marido y a su familia y se fue a vivir al otro lado del mundo. Años después, cuando su padre murió no fue al entierro. Tras estos hechos se abrió una brecha casi irreparable entre los mundos de la artista, su madre y su hermana pequeña.

Treinta años después, Johanna regresa a Noruega para presentar una exposición de su obra sin ser realmente consciente de la envergadura de las heridas y del poder que tiene la memoria para estrechar e iluminar los amplios márgenes de la oscuridad de lo que nunca se dijo y de lo que creímos haber escuchado.

Contada desde la perspectiva de la hija perdida y olvidada, si en la primera parte de la novela asistiremos a las dudas e intentos fallidos de contactar con su madre, será a partir de la mitad del libro donde la furia se intensifica y donde ese contacto entre el pasado y el presente nos espoleará a vigilar con ansia los movimientos de ambas.

La crudeza y frialdad del pensamiento de Johanna competirá en igualdad de condiciones con la barrera de tiempo que su madre construyó con el fin de que sus ojos y sus voces nunca volvieran a encontrarse.

Casi sin pretenderlo me ha venido a la cabeza Apegos feroces de Vivian Gornick, pero si en esta encontrábamos una relación madre-hija con un peso casi asfixiante y violento; en ¿Ha muerto mamá? ese peso flota en el aire y mantiene en una danza suspendida las partículas de incomprensión, miedo y lágrimas que, de algún modo, rodean todas las relaciones entre dos extremos condenados a desvelarse mutuamente.

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Johanna es la protagonista y nos cuenta su historia en primera persona lo que nos da otra dimensión del sufrimiento. Voy a la parte más objetiva. Ella vivía en Noruega, en una familia bien, tenía su vida trazada, pero un día conoció a alguien, lo dejó todo por él y se marchó a Utah, a los Estados Unidos, donde rehízo su vida, se dedicó a lo que más le gustaba, dibujar y pintar, tuvo un hijo y se quedó viuda. Como consecuencia de su huida las relaciones con su familia eran casi inexistentes, pero lo fueron aún menos cuando se comenzó a dar a conocer su obra, las interpretaciones que ellas hacen de lo que se ve en sus lienzos hace que se vean muy ultrajadas y rompan los pocos lazos que aún las unían. El hecho de que una galería vaya a hacer una recopilación de su obra hace que ella vuelva a su ciudad e intente retomar el contacto. Ella sabe de los distintos sucesos que han ido ocurriendo gracias a los asépticos mensajes que le manda Ruth, su hermana, y algún que otro conocido común. Esto es a grandes rasgos lo que ocurre.
La parte más increíblemente dolorosa es la de los sentimientos, cómo Johanna vuelve y necesita saber de su madre, pero esta no le coge el teléfono. Alquila un piso donde vivir, y una cabaña donde trabajar, y en su cabeza comienza a hacerse preguntas, cómo es posible que su madre no quiera saber nada de ella. Ella tiene sesenta años, su madre debe tener ochentaytantos, no concibe que haya tanto orgullo en ella.
Va investigando acerca de dónde vive, dónde va, se nutre de recuerdos y de dudas, a veces de forma enfermiza. La vive, la piensa en cada instante, en lo que cree que hace en cada momento, en lo que ella piensa que es su vida, pero no es capaz de dar el paso, porque anticipa la respuesta, la quiere humanizar, necesita hacerlo y va vistiéndose de los recuerdos que tiene de ella. Necesita su cariño con ansiedad, con desesperación, al otro lado intuye el rencor, el odio, el orgullo. Sentimos la sensación de vacío doloroso hasta la extenuación que trasmite, e iremos conociendo con esos pequeños retales el porqué de esa infancia que no fue tan feliz, de esa huida que era más que lógica. Hasta el momento en el que todo termina, en el que ya no hay más plazos, ya no hay más conjeturas, y todo se trata de conseguir pasar una página que ya no tiene vuelta atrás.
La escritura es pausada, bella, intimista, desgarradora, no te deja indiferente, te va a abrir en canal y te va a hacer reflexionar sobre esas relaciones familiares que no son tan maravillosas como la fachada que muestran. Bastante recomendable y siempre que estés bien anímicamente.

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