¿Ha muerto mamá?

Cuando me topé con las primeras reflexiones sobre lo que es la realidad y lo que es la verdad, la gran diferencia que hay entre ellas y su importancia (o no) en el arte, supe que estaba ante el libro correcto. Después entendí que, no solo estaba ante el libro correcto, sino que me encontraba ante la mejor disección de la relación entre una madre y una hija que he leído jamás. Nunca había encontrado un libro que se adentrara de una forma tan minuciosa en el laberinto de la familia, en la maneras que tienen las relaciones familiares de crearse y destruirse, en lo que supone el silencio. El silencio es la oportunidad de inventar al otro, de reescribir el pasado, de imaginar cómo sería todo si no hubiera pasado nada. Si tú mismo no hubieras sido tú y hubieras sido, no sé, por ejemplo, tu hermana. Porque sí, cada persona es diferente, cada hijo lo es. Cada uno se dirige a sus padres de una manera distinta y, por tanto, recibe un trato o una respuesta única, particular. Igualarnos sería lo mismo que renunciar a nuestra personalidad. Pero eso genera luchas, desacuerdos, reacciones que no entendemos, sobre todo si vemos otras muy distintas hacia los demás. Y es que quizá haga falta crecer para entender que nuestros padres son algo más que padres, para comprender ciertos comportamientos que en la niñez se nos escapan. Quizá haga falta ser mayor de lo que tu madre es en tu recuerdo para saber lo difícil que es crecer. Lo difícil que es dejar marchar.