Vigdis Hjorth

El verdadero mensaje solía ser: He vivido para otros. Ella creía en la grandeza del sacrificio o tenía que creer en ella. Obviamente, se había resignado a no ver cumplidos sus deseos, que había enterrado hacía mucho tiempo, pero que aparecían distorsionados, como repentinos accesos de cólera cuando sobre todo yo intentaba cumplir los míos. Para poder vencer la autodegradación y el autodesprecio es necesario que la vergüenza se convierta en rabia, pero mi madre se enfadaba conmigo y mis intentos de independizarme, y esa rabia que podría haber movido su mundo se había vuelto impotente.

[...], hay una diferencia entre la relación entre madre e hijo y la que hay entre madre e hija, porque la madre es un espejo en el que la hija se ve en el futuro, y la hija es un espejo en el que la madre ve su yo perdido, así que mi madre no quiere verme para no ver lo que ha perdido. ¿Es así?

Lo entendí todo, todo encajaba y fue horrible, insoportable, pensé que me iba a morir, pero no me morí, lo soporté en cierto modo porque el ser humano está tan sabiamente configurado que lo reprimido, lo horrible, lo insoportable aparece en el momento en el que está preparado para enfrentarse a ello.

Salgo y me tumbo en el prado, cierro los ojos y poco a poco voy sintiendo un intenso contacto físico con el rugoso musgo bajo mi cuerpo, la humedad que lentamente atraviesa el anorak y las polainas, y me moja, me hundo dentro de mí, noto el peso húmedo de la tierra que tira de mí, y me queda claro que no nos vamos a dirigir al cielo, sino hacia abajo.

No tenía derecho a ver lo que he visto. He cometido un delito, soy la no bienvenida, la intrusa, la número trece en la mesa para la que no hay una taza china, y sin embargo no me voy, porque el sufrimiento es una cadena que trae ese goce mágico que la felicidad nunca puede ofrecer.

Cuando mueren las personas por las que uno consciente o inconscientemente ha deseado ser aceptado, ¿se descubre que las elecciones que se han hecho, grandes o pequeñas, con el fin de ser aceptado por ellas, han contribuido a alejarnos de otros?

Pero quizá me engañen los recuerdos, tal vez los enredo, falseo y distorsiono en un intento de entender mi presente, quizá los reinvento para poder sobrellevarlos ahora, quizá los diseño de tal manera que no desafíen mi actual umbral de dolor, quizá esté librando una lucha interior, estableciendo un diálogo con mi madre, constantes negociaciones sobre lo que pasó, cómo, y por qué, y sobre qué era lo justo.

Se estaba entrenando en el arte de perder, dijo, ya que era algo inevitable, al menos debía una perder con elegancia y buen humor.

Una mujer da a luz a una niña y no sabe cómo manejar a ese desamparado ser que le han puesto en los brazos y depende de ella, de ser manejada por ella. ¿Pero cómo manejar a un bebé cuando no eres capaz de manejarte a ti misma? La niña se convierte en una carga, la niña se convierte en un desafío imposible, porque cómo cargar con la niña cuando eres incapaz de cargar con la niña que eras, que vive en el cuerpo de todos, y sobre todo en el cuerpo de la que pierde a su madre tan pronto que apenas la recuerda, y que por eso la lleva como un vacío en el cuerpo, como todo el mundo lleva a su madre como un vacío en el cuerpo, mayores o pequeños, vivos o muertos, razón por la cual intentamos llenar el vacío, para poder vivir nosotras o librarnos de las madres, pero, si nos consideramos capaces, en lugar de ello cargamos con la culpa de habernos librado de ellas.

Cuando eres joven haces un montón de cosas porque lo vives como si se tratara de un ensayo general, un ensayo que se puede repetir cuando el telón se levanta de verdad. Y luego un día te das cuenta de que el telón ha estado siempre levantado. Eso era el espectáculo.