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Emily L. es una de esas historias que exigen la participación activa del lector, que ponen a prueba su imaginación. La premisa parece sencilla: una mujer, junto a su pareja, observan a otra pareja en un bar y por medio de los actos y las palabras de los segundos, la primera mujer nos describe sus vidas —a nosotros y a su acompañante—, la vida de Emily L., pero, ¿realmente es así? ¿realmente lo que leemos es lo que sucede, lo que sucedió? Marguerite Duras nos lleva por una historia de interpretaciones. Algunas veces parece que todo sucede tal cual se narra; otras, es como si asistiéramos a los hechos vistos desde un espejo que refleja a quién lo narra todo, o que simplemente forma parte de la imaginación de un narrador que le da voz a un personaje para que juegue con nosotros. Y la interpretación de lo que pasa en Emily L. adquiere mayor dimensión porque en el libro esas mujeres son, una escritora y la otra poeta —si es que en realidad existen y lo son—, por lo tanto, el juego de historias, de hechos, de personajes, se hace aún más intenso y las preguntas se nos amontonan. Aunque la historia te mantiene atento y tiene sus momentos, creo que es el ‘cómo está escrita' lo que le da ese toque que la hace especial. Un recorrido singular, desde luego. + Leer más |
El amor secreto entre una adolescente de quince años y un adinerado comerciante chino de venintiséis, en los tiempos coloniales de la Indochina francesa. Una joven, bella pero pobre, que no es otra que la propia Marguerite Duras, también relata las apasionadas y tensas relaciones que desgarraron a su familia y que grabaron prematuramente en su rostro los implacables surcos de la madurez.
Nadie permanecerá inmune a la pasión y el erotismo que emanan de esta obra, en la que los protagonistas quedan atrapados en su propio deseo.
El amante es considerada un clásico, obtuvo el Premio Goncourt en 1984, fue llevada al cine en 1992 por Jean-Jacques Annaud y consagró a Marguerite Duras como una de las escritoras fundamentales de la literatura contemporánea.