¡Cómo me hubiera apetecido en aquel momento verme arrojada a los remolinos de una tormentosa e incierta lucha por la vida, aprender, a través de aquella amarga experiencia, a apreciar y añorar el sosiego que ahora me afligía!
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¡Cómo me hubiera apetecido en aquel momento verme arrojada a los remolinos de una tormentosa e incierta lucha por la vida, aprender, a través de aquella amarga experiencia, a apreciar y añorar el sosiego que ahora me afligía!
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Si la gente fuera siempre cariñosa y obediente con quienes no tienen piedad ni son justos, los malos no encontrarían trabas en su camino, no tendrían miedo ni se les ocurriría nunca rectificar; al contrario, irían a peor. Cuando nos pegan sin motivo, tenemos que reaccionar enérgicamente, claro que sí, y devolver el golpe, para que aprenda y escarmiente el que nos ha pegado.
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de pronto me acordé de lo ancho que era el mundo, y del abanico de esperanzas y miedos, de sensaciones y aventuras que aguardaban a quien tuviera el coraje de lanzarse a su espesura, desafiando peligros, en busca de vida y conocimientos verdaderos.
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Como se sabe, es muy difícil arrancar de un corazón cuyo suelo no ha sido abonado con la educación los prejuicios, que crecen allí fuertes como la mala hierba entre las piedras.
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Las emociones desprovistas de sensatez se convierten en algo anodino, ésa es la verdad, pero tampoco el sentido común a secas resulta un bocado dulce ni fácil de tragar para el paladar humano.
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La vida me parece demasiado corta para emplearla en fomentar rencillas o en contabilizar agravios.
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No creo, señor, que usted tenga el derecho de mandarme por el hecho de que sea mayor que yo, o porque haya visto más mundo. Su título de superioridad depende del uso que usted haya hecho de su tiempo y su experiencia.
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Se da por supuesto que las mujeres son más tranquilas en general, pero ellas sienten lo mismo que los hombres; necesitan ejercitar y poner a prueba sus facultades, en un campo de acción tan preciso para ellas como para sus hermanos. No pueden soportar represiones demasiado severas ni un estancamiento absoluto, igual que les pasa a ellos. Y supone una gran estrechez de miras por parte de algún ilustre congénere del sexo masculino opinar que la mujer debe limitarse a hacer repostería, tejer calcetines, tocar el piano y bordar bolsos. Condenarlas o reírse de ellas cuando pretenden aprender más cosas o dedicarse a tareas que se han declarado impropias de su sexo es fruto de la necedad.
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Los castigos injustos habían logrado convertirme en el ser más cobarde de la tierra.
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Los convencionalismos no son la moral. La santurronería no es la religión. Atacar lo primero no es asaltar lo segundo.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises