El peor mal de un carácter indeciso y débil es que jamás se puede contar con él enteramente.
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El peor mal de un carácter indeciso y débil es que jamás se puede contar con él enteramente.
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Si nuestro afecto es recíproco, nuestros corazones se entenderán.
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“Ahora dos extraños. No; peor que extraños, porque jamás podrían llegar a conocerse. Era un exilio perpetuo”
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Cuando el dolor ha pasado, muchas veces su recuerdo produce placer. Uno no ama menos un lugar por haber sufrido en él, a menos que todo allí no fuera más que sufrimiento, puro sufrimiento.
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- (...)Porque, vamos a ver: si cuando volví a Inglaterra el año ocho, disponiendo ya de más de dos mil libras y ya mandando el Laconia, me hubiera determinado a escribirle, ¿hubiera usted contestado a mi carta? ¿Hubiera usted, en una palabra, accedido a devolverme su cariño? - Sí -fue toda la respuesta; pero el tono era decisivo. |
De pronto se abrió la puerta y apareció en ella el capitán Wentworth; venía completamente solo. Ana, que era la que se hallaba más cerca de él, avanzó un paso y le dirigió la palabra sin perder instante. Parecía dispuesto a hacer una mera inclinación y pasar de largo; pero un "¿Cómo está usted?!", suave y dulcísimo, le desvió de la línea recta y le trajo hacia ella
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No hay prácticamente ningún defecto personal que un carácter amable no sea capaz de hacer poco a poco tolerable.
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El tiempo había atenuado, borrado quizá, casi todo el afecto que sentía por él; pero ella había dependido demasiado del tiempo sólo; no había tenido la ayuda de un cambio de residencia (salvo una visita a Bath, poco después de la ruptura), ni había hecho ninguna amistad nueva ni ampliado el número de sus conocidos. No se había incorporado nadie al círculo de Kellynch que resistiese una comparación con Frederick Wentworth según ella le recordaba. Ningún segundo amor —única cura absolutamente natural, feliz y suficiente en esa etapa de la vida— había sido posible para el tono delicado de su espíritu, para la exigencia de su gusto, en el reducido entorno que la rodeaba.
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La emoción que se apoderó de ella, luego que lo hubo descubierto, le cortó el habla por completo. No le quedó ni aliento para dar las gracias. Lo único que pudo hacer fue disimular su violenta nerviosidad acercándose a Carlitos. La amabilidad por Federico desplegada, al ir en su ayuda, las circunstancias que rodeaban a la acción, el silencio y el modo en que la llevara a efecto, junto con la convicción, que pronto se impuso a Ana, por las palabras que al niño dirigió el capitán, como estudiado recurso para evitar que le significaran agradecimiento, de que la conversación con ella era lo que menos deseaba Wentworth, motivaron tal cúmulo de variadas y ardorosas zozobras, que no pudo recobrarse de ellas, hasta que la llegada de María y de las Musgrove, relevándola de sus ocupaciones de enfermera, la permitió abandonar la estancia.
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Fue uno de esos casos en que los consejos son buenos o malos según lo que ocurra más adelante.
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Jane Austen (16 de diciembre de 1775-18 de julio de 1817) fue una novelista británica que vivió durante la