[...] se asombró una vez más de la creencia que surge de los hábitos familiares de que todo paso que damos debe ser comunicado y realizado en conjunto, a pesar de que no nos agrade o nos cree dificultades.
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[...] se asombró una vez más de la creencia que surge de los hábitos familiares de que todo paso que damos debe ser comunicado y realizado en conjunto, a pesar de que no nos agrade o nos cree dificultades.
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Seguramente, si nuestro afecto es mutuo, nuestros corazones se entenderán. No somos un niño y una niña para guardar una irritada reserva, ser mal dirigidos por la inadvertencia de algún momento o jugar como con un fantasma con nuestra propia felicidad.
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He estado pensando acerca del pasado, y tratando imparcialmente de juzgar lo bueno y lo malo en lo que a mí concierne. Y he llegado a la conclusión de que hice bien, pese a lo que sufrí por ello.
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Si nuestro afecto es recíproco, nuestros corazones se entenderán.
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Si nuestro afecto es recíproco, nuestros corazones se entenderán
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Sentía que podía fiarse mucho más de la sinceridad de aquellos que en ocasiones miraban o decían algo descuidado o impetuoso, que de aquellos cuya presencia de ánimo jamás se alteraba y jamás decían nada inapropiado.
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Hasta la superficie tranquila con que a veces se manifiesta una paz familiar, debe respetarse por ficticia que sea.
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Tal vez fue uno de esos casos en que se sabe si un consejo fue bueno o malo sólo cuando el evento ocurre.
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Pero yo también he pensado en el pasado, y se me ha ocurrido que tal vez tenía un enemigo peor que esa señora. Yo mismo.
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Una palabra, una mirada serán suficientes para comprender si tengo que ir a casa de su padre esta noche o nunca
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Jane Austen (16 de diciembre de 1775-18 de julio de 1817) fue una novelista británica que vivió durante la