Primero fueron las mujeres que conocí el día que fuimos a identificar los despojos de la cueva. Digna, Rosario, Gladys, María, Malva, Dionisia y varias más, en especial Sonia, la madre de los cuatro hermanos Navarro, baja, fornida, firme, como un roble, y que tuvo ese día la evidencia de que sus hijos habían sido asesinados, como había sospechado durante muchos años, pero en vez de hundirse en el duelo, se puso al frente de las otras para exigir que les entregaran los huesos y castigar a los culpables. Todas eran campesinas de la zona cercana a Nahuel, muchas de ellas conocidas de Facunda, pilares de sus familias, porque los hombres que quedaban estaban ausente sean entregados a la desesperación. Trabajaban de sol a los desde niñas y seguiría haciéndolo hasta el final. Soñaban con que sus hijos sus nietos terminar en la escuela, se prepararan en un oficio y tuviera una vida más descansada que las de ellas.