Violeta de Isabel Allende
Empecé a visitarlas una a una, casi siempre acompañada por Facunda. Me contaban de sus desaparecidos, de como habían sido cuando vivía, de cómo se los llevaron, de la eterna burocracia de buscarlos, de golpear puertas y mandar, cartas y sentarse frente a los cuarteles a clamar por ellos, de ser echadas, silenciadas y amenazadas, de no cejar y seguir preguntando. Lloraban sin bulla, y a veces se reían.
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