Tengo una amiga que vive en Holanda y tuve la fortuna de tenerla de guía cuando visité Ámsterdam. Una de las cosas que encontré llamativa fue la ausencia de cortinas en las ventanas. Así, si te paseas por sus calles y canales después del atardecer, puedes ver todo lo que hace cada quien en la intimidad de sus casas, al menos en las estancias que dan a la calle: hombres en calzoncillos, familias comiendo frente al televisor, gente cuidando las plantas. Mi amiga me explicó que se debía a que en Holanda las cortinas están mal vistas porque indican que tienes algo que ocultar. ¿Cómo entonces se conjuga esto con el derecho a la intimidad? ¿Para qué hacer pública la intimidad? Otra cosa que comentó fue que tampoco les gusta la ostentación. ¿Se venderán diarios con llave en Holanda?
Ambas ideas están muy presentes en el libro, que muestra esos dos valores calvinistas con una claridad tal que hasta se duplica en la casa de muñecas.
Nella, la protagonista, se traslada a la casa de su marido, un hombre de negocios que vive en Ámsterdam. La joven, en coherencia con la forma de pensar de las gentes de la ciudad debe ser expuesta a los vecinos para que sepan que Johannes tiene una esposa. Sin embargo, la casa está llena de secretos, que la joven descubre espiando por mirillas o tratando de encontrarle sentido a los crípticos mensajes de la miniaturista que le va enviando piezas con las que llenar la casa de miniaturas que le regala Johannes, su marido, para mantenerla entretenida.
Una casa que refleja la de verdad en la que nadie ajeno a ella pasa del hall, que hace de lugar de transición entre el exterior y la realidad de los personajes en el interior y donde las irrupciones tanto de la milicia de San Jorge —con ese nombre tan evocador de la inquisición— como de Jack desestabilizan todo el hogar. Pero la misma metáfora está presente en la ciudad en sí.
Marin mantiene que quiere ser enterrada dentro de los muros de la urbe, que recordemos está abierta al mar y aún así contiene murallas para separar clases sociales, y Johannes es el hombre libre para viajar, pero no para amar; o el estornino, que puede escapar, pero prefiere quedarse atrapado en la iglesia.
La miniaturista le añade un toque de magia y contribuye al suspense, pero también es la que observa lo evidente y que todo el mundo prefiere pasar por alto. La apariencia se impone en una sociedad donde la ostentación genera envidias y marca el límite de la arbitrariedad más absoluta. Pensemos que los burgomaestres decretan la prohibición de hacer figuras humanas y la abolen con una facilidad abismal.
Hay también un énfasis en la fragilidad de la riqueza construida sobre la base de la riqueza de otros, y, al mismo tiempo, la fragilidad de la vida misma, que en tan poco tiempo pierden Johannes y Marin y que se refleja en esa casita que la miniaturista deposita en la tumba de Marin.
El grupúsculo formado por Johannes, Marin, Nella, Otto y Cornelia conforman una familia unida, que quizás se juzgan y se irritan unos a otros, pero que se apoya en los lances más urgentes. Tanto es así que en la novela vemos como Nella se viste de criada cuando acude al almacén el día en que los criados y criadas se visten de señores y señoras y vive versa. En cierto modo, están al mismo nivel y son codependientes.
Para mí, el libro no deja de ser una historia iniciática sobre el tránsito de niña a mujer que experimenta la protagonista. Distraída, como afirma, por la casa de muñecas, le cuesta descubrir los secretos que poco a poco vamos averiguando a su lado. En ese sentido, hay un evidente cambio de la adolescente que llega asustada y con unas ideas preconcebidas del matrimonio y la que descubre la realidad y termina por hacerse cargo de la situación después de destrozar la casa de las miniaturas, que, en cierto modo, no deja de ser un juguete por muy sofisticado que sea.
Me resultó un poco inverosímil la mentalidad de los protagonistas. Es difícil de creer esa reunión de personajes tan especiales: Marin, la feminista del siglo XVIII que no soporta la idea de ser esposa, ni siquiera del hombre del que supuestamente estaba enamorada; Nella que acepta con relativa naturalidad la homosexualidad de Johannes; o el criado negro tratado como uno más y que ejerce de marido entre bastidores. Aunque me gustó mucho el giro, especialmente con el marido gay, le veo una intención demasiado contemporánea.
Así y todo, el libro me tuvo en vilo. Me sorprende que sea la primera novela de Jessie Burton porque maneja muy bien la dosificación de la información para alimentar el misterio y resulta implacable en el desenlace, que no deja a nadie indemne.
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