Violeta de Isabel Allende
Más tarde me aseguró que había sentido lo mismo que yo: la certeza de que habíamos vivido hasta entonces buscándonos, y por fin nos encontrábamos.
|
Violeta de Isabel Allende
Más tarde me aseguró que había sentido lo mismo que yo: la certeza de que habíamos vivido hasta entonces buscándonos, y por fin nos encontrábamos.
|
Violeta de Isabel Allende
-No eres una mocosa. Defiende tu independencia, no dejes que nadie decida por ti. Para eso tienes que ser capaz de que valerte sola. ¿Me has entendido? -me dijo. Nunca he olvidado esa admonición. |
Violeta de Isabel Allende
He sido testigo de muchos acontecimientos y he acumulado experiencia, pero por andar distraída o muy ocupada he alcanzado poca sabiduría. Si fuera cierto eso de la reencarnación, tendría que regresar al mundo a cumplir lo que me falta. Es una posibilidad aterradora.
|
Violeta de Isabel Allende
Pensar que cuando llegamos a este lugar, idílico con mi madre y mis tías lo a podamos El Destierro, así, con mayúscula. No fue un destierro, sino un refugio. Esta es la misma casa prefabricada que levantamos con mi hermano para reemplazar la de los Rivas cuando se vino abajo y se quemó en el terremoto de 1960. Ha durado desde entonces, solo he cambiado el coirón del techo cada cuatro años, que instale calefacción, porque en invierno se cuelan el frío y la humedad.
|
Violeta de Isabel Allende
Etelvina nos había preparado una torta de merengue, que la invitada repitió, sin fijarse en las calorías; ese detalle termina de convencerme de que era la chica ideal para mi nieto, me gusta la gente que engorda contenta.
|
Violeta de Isabel Allende
Varias de esas mujeres bordaban, ingenuos tapices con pedacitos de diversas telas, cosido sobre una base de arpillera, representando la dureza de la vida, las prisiones, las colas ante los cuarteles y las ollas comunes. A Harald le parecieron extraordinarios y empezó mandarlos a Europa, donde se vendían bien y hasta se exponen en galerías y museos, como obras de arte de la resistencia. Como el dinero iba en su totalidad de las creadoras, se corrió la voz, y pronto habían centenares de mujeres bordando, arpilleras a lo largo y ancho del país. Pero por muchas telas que las autoridades confiscaran, siempre aparecían más; entonces el gobierno creó un programa para el fomento de arpilleras optimistas, con niños jugando a la ronda y campesinas con atados de flores en los brazos. Nadie las quiso
|
Violeta de Isabel Allende
Esas mujeres del campo me enseñaron que el coraje es contagioso y que la fuerza está en el número; lo que no se logra sola se consigue entre varias, y mientras más sean, mejor. Pertenecían a un grupo nacional de cientos de madres y esposas de desaparecidos, tan determinadas que el gobierno no había podido desbandarlas. La versión oficial negaba como propaganda comunista que hubiera gente desaparecida, y calificaba esas mujeres de locas subversivas y antipatrióticas. La prensa acataba la censura y no las mencionaba, pero en el extranjero eran bien conocidas gracias a los activistas de derechos humanos que la gente del exilio, que había mantenido durante años una campaña de denuncia contra la dictadura.
|
Violeta de Isabel Allende
Empecé a visitarlas una a una, casi siempre acompañada por Facunda. Me contaban de sus desaparecidos, de como habían sido cuando vivía, de cómo se los llevaron, de la eterna burocracia de buscarlos, de golpear puertas y mandar, cartas y sentarse frente a los cuarteles a clamar por ellos, de ser echadas, silenciadas y amenazadas, de no cejar y seguir preguntando. Lloraban sin bulla, y a veces se reían.
|
Violeta de Isabel Allende
Primero fueron las mujeres que conocí el día que fuimos a identificar los despojos de la cueva. Digna, Rosario, Gladys, María, Malva, Dionisia y varias más, en especial Sonia, la madre de los cuatro hermanos Navarro, baja, fornida, firme, como un roble, y que tuvo ese día la evidencia de que sus hijos habían sido asesinados, como había sospechado durante muchos años, pero en vez de hundirse en el duelo, se puso al frente de las otras para exigir que les entregaran los huesos y castigar a los culpables. Todas eran campesinas de la zona cercana a Nahuel, muchas de ellas conocidas de Facunda, pilares de sus familias, porque los hombres que quedaban estaban ausente sean entregados a la desesperación. Trabajaban de sol a los desde niñas y seguiría haciéndolo hasta el final. Soñaban con que sus hijos sus nietos terminar en la escuela, se prepararan en un oficio y tuviera una vida más descansada que las de ellas.
|
Violeta de Isabel Allende
Esa cruz es mágica, Camilo. Nada de lo que tengo te interesa, ya lo sé, pero cuando me muera quiero que te quedes con la cruz, te acuerdas al cuello en vez de la que llevas y la usé siempre, para que te proteja como me ha protegido a mi. Por eso la llevo siempre puesta. Está cargada con lealtad, la inocencia y la fortaleza de Apolonio Toro, que la llevo sobre su pecho durante muchos años y murió para salvar a tu tío Juan Martín. Torito ha sido mi ángel y va a ser también el tuyo. Prométemelo, Camilo
|
Violeta de Isabel Allende
Soñaba con que torito llevaba un existencia de ermitaño en los resquicios de las montañas, adecuada su carácter y su conocimiento de la naturaleza. No quería comprobar su muerte
|
Violeta de Isabel Allende
Las autoridades entraron en la cueva cubiertos de pies a cabeza, con mascarillas y guantes de goma, y se tiraron 32 bolsas de plástico negro, mientras afuera los peregrinos cantaban las canciones revolucionarias que no se habían escuchado en años, pero no habían sido olvidadas. Necesitaba dar clausura a la incertidumbre; llevaban años buscando a sus desaparecidos, esperando que siguieran con vida y un día regresaran a sus hogares. Entre ellos estaba Facunda, torcida por la artritis, pero tan fuerte como siempre, acampando junto a los demás.
|
Violeta de Isabel Allende
Allí vivían los pobres beneficiados de Mi Casa Propia, personas muy humildes qué tal vez podrían cumplir su sueño de obtener una vivienda básica. Hasta entonces esas casas habían sido para mí solo un dibujo en un plano, un punto, un mapa con una construcción modelo para ser fotografiado. Anduve en poblaciones muy pobres, en callejuelas de polvo y barro, entre perros vagos y ratones, entre niños sin escuela, jóvenes, ociosos y mujeres envejecidas por el trabajo. Las casas prefabricadas dejaron de ser solamente una buena idea o un buen negocio y entendí lo que significaban para esas familias. En todas partes vinos típicos murales de palomas en ese horrible estilo del realismo soviético, en las viviendas y fotos del presidente, junto a estampas del padre Juan Quiroga, como santos protectores. El hombre arrogante con traje italiano, has querido otro cariz a mis ojos.
|
Violeta de Isabel Allende
Buscándola, me metí en el sur mundo de los mendigos, los adictos y la mala vida callejera. Julián no lo conocía para nada, su participación en el tráfico y la delincuencia era a otra escala, nunca se encontró en un callejón el mundo con unos zombies desarrapados. Yo lo hice.
|
Violeta de Isabel Allende
La lucha sostenida de Teresa Rivas y otras mujeres como ella por cambiar las costumbres y las leyes fue dando frutos paulatinamente. Progresamos a paso de tortuga., pero en mi larga vida y comprobado cuánto hemos avanzado. Creo que ella y miss Taylor estarían orgullosos de lo que obtuvieron, y seguirían peleando por lo que faltaba por hacer. Nadie nos da nada, decía Teresa, hay que cogerlo a la fuerza, y si te descuidas te lo quitan
|
Violeta de Isabel Allende
Caí en trance, no hay otra explicación para esa fuga del tiempo y del espacio. Es imposible describir la experiencia de esfumarse en el vacío negro del universo, desprendida del cuerpo, los sentimientos y la memoria, sin el cordón umbilical que nos une a la vida. Nada quedaba, ni presente ni pasado, y al mismo tiempo, yo era parte de todo lo que existe. No puedo decir que pide un viaje espiritual, porque también desapareció esa intuición que nos permite creer en el alma. Supongo que fue como morir, y que volvería sentir eso cuando me llegue la hora final. Regresé a la consciencia cuando ceso el sonido hipnótico del tambor
|
Violeta de Isabel Allende
Al ver ese joven vestido de geógrafo, lo confundí con uno de los forasteros que habían aparecido días antes por allí con la novedad de andar observando pájaros. Nadie les creyó, porque la idea de pasar horas en movil mirando al aire con binoculares para vislumbrar un jote de cabeza colorada y anotarlo en una libreta era del todo incomprensible. Tal vez andaban reconociendo el terreno para montar algún negocio de esos que solo se les ocurren a los gringos, dijeron los vecinos.
|
Violeta de Isabel Allende
Yaima aparentaba 50 años, pero, según ella, tenía uso de razón cuando se fueron los españoles con la cola entre las piernas y nació en la República. , concluía. De ser cierto, tendría como 110 años, calculaba Lucinda, pero nada se ganaba con contradecirla, cada cual es libre de narrar su vida como mejor le plazca
|
Violeta de Isabel Allende
Mi madre calculaba que había pasado toda su vida adulta preñada, recién parida, reponiéndose de un aborto espontáneo. Su hijo mayor, José Antonio, había cumplido 17 años, de eso estaba segura, porque nació el año de uno de nuestros peores terremotos, que tiró medio país al suelo y dejó un saldo de miles de muertos, pero no recordaba con exactitud la edad de los otros hijos y cuántos embarazos malogrados había parecido. Cada uno la incapacitaba durante meses y cada nacimiento le dejaba agotada y melancólica por mucho tiempo. Antes de casarse había sido la debutante más bella de la capital, espigada, con un rostro inolvidable de ojos verdes y piel traslúcida, pero los excesos de la maternidad le habían deformado el cuerpo y agotado el ánimo
|
El amante japonés de Isabel Allende
Detente, sombra de mi amor esquivo, imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo. |
¿En qué época está ambientada la obra?