Violeta de Isabel Allende
Mi madre calculaba que había pasado toda su vida adulta preñada, recién parida, reponiéndose de un aborto espontáneo. Su hijo mayor, José Antonio, había cumplido 17 años, de eso estaba segura, porque nació el año de uno de nuestros peores terremotos, que tiró medio país al suelo y dejó un saldo de miles de muertos, pero no recordaba con exactitud la edad de los otros hijos y cuántos embarazos malogrados había parecido. Cada uno la incapacitaba durante meses y cada nacimiento le dejaba agotada y melancólica por mucho tiempo. Antes de casarse había sido la debutante más bella de la capital, espigada, con un rostro inolvidable de ojos verdes y piel traslúcida, pero los excesos de la maternidad le habían deformado el cuerpo y agotado el ánimo
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