Cuando notes que flaqueo, no olvides recordarme: calentar el sol. Sin embargo, un gran desánimo me abatía. Tenía que calentar mucho sol de día y mucha luna de noche. |
Cuando notes que flaqueo, no olvides recordarme: calentar el sol. Sin embargo, un gran desánimo me abatía. Tenía que calentar mucho sol de día y mucha luna de noche. |
(…) y miré muy dentro de sus ojos para ver si aún ajustaría las cuentas conmigo y lo que vi me emocionó incluso. Tenía una expresión tan suave, que me derrotó.
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Con mi desesperación, pensé en evocar a un santo nuevo que nada supiese de mi pasado
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Desde pequeñito me llamaban hijo del diablo y decían que en Navidad nunca nacería para mí el Niño Jesús y sí el diablo en persona. Pues, si no nació, en aquel momento me acompañaba. Se había vuelto mi amigo íntimo y «maestro».
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Cuando abrí la ventana del cuarto, vi que era «otro» día, pero extrañamente se asemejaba al anterior. Solo, que el corazón estaba más fuerte y decidido, sobre todo a que aquel día fuera igual a muchos que seguirían. Vestirme, sentarme a la mesa, responder con monosílabos y nunca levantar la vista hacia él.
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Has encendido y has calentado mi sol con esperanzas.
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Nadie podía pelear con Dios: ni siquiera Tarzán con todos los elefantes de África. Dios era algo demasiado enorme y que llevaba siempre la mejor parte. Además, había hecho muy bonita la vida, con los árboles, el cielo azul, con el mar inacabable y que vivía balanceándose en la red de las olas. Mi corazón se angustió. «No hablaba en serio, ¿eh, Dios? Vivir sin ti en el corazón debe de ser muy duro». |
—Son cosas de la vida. Intenta olvidar. Cierra los ojos. ¿Por qué no pruebas a rezar? —¿Para qué? Hoy estoy un poco mal con Dios. —¿De qué sirve? Saldrás perdiendo. |
—(…) yo voy a olvidar, a intentar olvidar, porque no creo en el perdón. —¿Y cuál es la diferencia entre olvidar y perdonar? —Es la de que, al perdonar, se olvida todo y solo olvidando muchas veces se vuelve a recordar. |
—(…) No quiero saber nada más de nada. Quiero morir, desaparecer. Acopié fuerzas y extendí la mano hacia él. —¿Por qué no me la das, Fayolle? ¿Por qué no me devuelves mi piedrecita azul? ¿De qué sirve seguir viviendo? Vivir, ¿para qué? |
¿Qué objetousaron como traslador en el Mundial de Quidditch?