"Con mucho gusto", dije delatando mis sentimientos, y pude notar que mi rápida aceptación te sorprendía, no sé si penosa o agradablemente; de cualquier forma, te vi algo sorprendido. Hoy comprendo bien tu sorpresa, hoy sé que entre las mujeres es costumbre, incluso cuando sienten un ardiente deseo, comenzar por negar, fingir temor o indignación; dejarse convencer por medio de súplicas conmovedoras, de mentiras, de juramentos y promesas. Hoy sé que acaso únicamente las profesionales del amor, las prostitutas, aceptan sin dudar tales invitaciones, y quizá también las niñas cándidas, las ingenuas adolescentes. Pero en mí -¿Cómo podías dudar de ello?- era únicamente la voluntad reconociéndose a sí misma, el deseo ardiente y contenido durante miles de días, que se manifestaba en un solo instante.