La azotea

Estamos ante una breve novela algo extraña en la que la autora nos presenta a Clara, una mujer embarazada que vive recluida con su padre porque considera que el mundo exterior es peligroso y deben protegerse a toda costa de él.

Y esa sensación de encierro es la que consigue plasmar Trías en tan pocas páginas. El lector/a acaba asistiendo al delirio de una protagonista que narra en primera persona sus inquietudes, paranoias y discursos internos.

La azotea se escribió antes que “mugre rosa”, el otro libro de la autora que he leído y que plasma también los pensamientos de una mujer que se ve obligada a confinarse a partir de la aparición de un extraño virus. Pero en esta ocasión, en la azotea ese “encierro” es producto de la voluntad del personaje principal.

Personalmente, disfruté más de “mugre rosa”, en “la azotea”, en ocasiones he tenido la sensación de estar un poco perdida, quizá por verme sumergida en esa sucesión de cavilaciones de la protagonista.

Es una obra que se lee rápido, pues tan solo consta de 137 páginas. La escritura como no, ha estado a la altura. Sin duda, es un texto interesante que quizá en este momento no ha terminado de sorprenderme o maravillarme pero leer a Trias nunca está de más.

Clara es una joven que vive encerrada en su casa con su hija, un bebé, su padre, encerrado en su habitación con un canario en una jaula. Para ella su casa es el mundo y todo lo que hay fuera es una amenaza terrible de la que tienen que defenderse. El padre al principio quiere salir a ver el mar, la niña salir a ver "los pajaditos" pero todos comprenden que no hay ningún lugar al que ir. El único escape para ella es la azotea, un refugio en medio del un mundo que cree lleno de trampas. La tensión en el ambiente casi se puede tocar; desde el principio notamos que algo raro pasa y esa sensación va en aumento, cada vez más, más rápido, hasta un final que, aunque puedes sospecharlo, te deja sin aliento.
Todo el texto es un monólogo en el que Clara reflexiona y piensa sobre su vida; solo ella con sus pensamientos, cada vez más extraños. 
Es un libro distinto, duro, original por cómo trata la locura de Clara, en cómo deja entrever algo sin aclararlo y por cómo transmite la angustia y la claustrofobia.
No sé si es más duro lo que se lee o lo que no se cuenta pero imaginas. Un libro bien escrito e interesante aunque com muchos cabos sueltos.

Ya dije hace poco, en la reseña de Un amor de Sara Mesa, que me gustan los libros que te hacen sentir incómodo, que a través de las palabras te llene de sensaciones, se adentre cada párrafo dentro de ti y no pase desapercibido. Esta es otra lectura similar, en la que en apenas algo más de cien páginas, esta novela corta de la escritora uruguaya, Fernanda Trías, no te dejará indiferente.

Había visto por las redes opiniones muy buenas de este libro, y sin leer prácticamente la sinopsis, sin saber lo que me iba a encontrar, me adentré en él. Ha sido todo un acierto el efecto sorpresa sin saber más allá de que es una novela que merecía la pena leer.

Está escrita en primera persona, y nos ponemos en la piel de Clara, una mujer con problemas psicológicos, rozando la locura. Vive encerrada en un pequeño apartamento junto a su anciano padre y su hija recién nacida. Lo que caracteriza a Clara es el pánico que tiene al mundo exterior, llegando a encerrarse entre cuatro paredes, controlando incluso obsesivamente cada movimiento de su padre para impedir que salga a la calle. Tan solo, la azotea, es la vía de escape de la narradora.

La narración no nos adentra demasiado en el pasado de Clara, aunque algo se puede intuir, así como las razones que les han llevado a esta situación tan agobiante.
Leer esta reseña te hará pensar si de verdad es necesario leer un libro con una atmósfera claustrofóbica, pero es que lo genial de este título es la hermosa prosa, las palabras que usa la autora, que logra que te enganche en una prosa con una belleza tremenda, en un texto tan agotador.

En resumidas cuentas, estamos ante un relato con toques kafkianos que te puedes leer prácticamente de una sentada, lleno de incomodidades, y el en que tuve que leer hasta dos veces los últimos párrafos del libro, para saber si las acciones con las que finaliza la obra eran reales.
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Creo que hasta este momento nunca me había puesto a pensar en si tenía algún lugar seguro, mi azotea, ya sea real o imaginario.
Aunque con esto me viene a la mente ¿cuál es la diferencia? ¿Por qué lo imaginario no puede ser real, si hace el mismo efecto? ¿Qué hace que algo sea real?
¿qué sea tangible? ¿que alguien más lo pueda ver? ¿que todos lo puedan ver? Esto me hace pensar en las personas con enfermedades mentales, porque yo no sé ustedes pero yo al verlas, puedo ver en sus ojos que lo que sea que les esté pasando por la mente, al menos para ellos, es real … bastante real.
Este libro me hace pensar en todas estas preguntas, en cómo todo puede ser cuestión de perspectiva, en cómo te sientas tu o cómo me sienta yo, pero sobre todo me hace pensar que cada cabeza es un mundo y para Clara, nuestra protagonista, ese piso era su mundo. Vive encerrada con su familia, por la cual desarrolla un instinto primitivo de protección que hace que los quiera aislar del mundo exterior para poder “protegerlos”. Es una historia intrigante que fluye con una calma aterradora. Te mantiene a la espera del qué y sobre del cuándo, porque una situación de desestabilidad emocional como la que tenía Clara, solo puede terminar de una manera, que todos la sabemos, pero es a la vez tan incomprensible e irracional que necesitas seguir leyendo para poder entender cuándo fue que todo se desvió y los llevo a ese final.
Me impactó mucho este libro y es un verdadero “page-turner”, muchas felicidades a @transitoeditorial por este debut, es una excelente forma de estrenarse como nueva editorial y a @triasfernanda por escribirlo.
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Pecado. Es una palabra interesante. Ha sido usada por años para castigar, perseguir y señalar, todos la usan a su antojo, bajo sus propios intereses y una novela como esta no podría ser la excepción. En esta historia se encierra un pecado, pero ¿cuál? es el mayor enigma, puede ser como la historia de Lot o de Electra, o las dos conjugadas en la misma mujer.

Tal vez estoy siendo un poco (pero solo un poco) extremista, pero el dedo señalador es un gigante en esta novela. Una mujer se encierra con su padre, con una hija cuya gestación es un misterio y abandona su trabajo, no sale de casa sino solo a lo justo y necesario hasta el punto que empieza a racionar su comida, sus recursos y su vida, luego se quedan sin luz, sin agua y sin alcantarillado, y poco a poco se va preparando ella y sus inquilinos para morir. Las razones se quedan en conjeturas y suposiciones, aquellas que imagina o gesta el lector acorde a las pistas que va dando la lectura, pero cuidado, es una lectura trampa porque la narradora habla en primera persona y es difícil creer en sus palabras porque el mundo que ella crea esta hecho a su medida y la realidad solo es un artificio que modifica a su antojo, pero no creerle por completo tampoco es una opción, así que solo te queda moverte, caminar al borde de ese precipicio y hacer malabares para no caer, ni tropezar.

Es una novela extraña, con una extrañez que confronta e incomoda. Es una novela llena de miedo, aquel que acompaña a las palabras que no se dicen y a los actos que se ocultan, es un temor constante por la revelación, por la luz que viene con la verdad, aquella que tiene la capacidad de disparar en las bases de los castillos de naipe que conforman las vidas de las familias y de los hogares. Una azotea es el escape, el medio para conectar con la realidad, pero al mismo tiempo el lugar donde se toma la decisión de seguir viviendo a pesar de y con la culpa.

Fernanda Trías siempre es una buena opción cuando quieres leer mujeres cuyas decisiones son capaces de despeinarte y de destruirte un poquito los prejuicios y la vida.

Como los protagonistas del libro, yo tampoco he podido aún salir de esa casa. Leyendo a Fernanda me he sentido como el pájaro enjaulado del padre de Clara. Como una funambulista al borde de la azotea. Qué genialidad ha escrito esta mujer. Si te gustan las novelas donde se genera un ambiente asfixiante, sin duda es una opción maravillosa.

Ante la pérdida, el miedo o la incertidumbre nos encerramos en nosotras mismas. Y a partir de ahí empezamos a construir una narrativa en la que somos las únicas protagonistas y todo lo que está fuera es ajeno, es extraño, es incómodo. Existen unas circunstancias determinadas que llevan a Clara, la protagonista de ‘La azotea' de @triasfernanda, a atrincherarse en su casa junto a su hija, su padre y un canario que nunca sale de su jaula —el encierro dentro del encierro—. Un espacio que, a ojos de Clara, es el único lugar seguro y, sin embargo, al mismo tiempo la asfixia.
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En esta breve novela la autora consigue crear una atmósfera pesada en la que cuesta respirar. A veces entran pequeños soplos de aire renovado en los que sientes que todo puede salir bien, pero enseguida se pervierten con el olor de la enfermedad. Ojalá poder decir que lo que cuenta Fernanda Trías es pura ficción, pero la situación de esa casa no es tan diferente a la que viven miles y miles de personas en España —y el mundo— que no pueden permitirse un psicólogo, que tienen que automedicarse para salir adelante y que lamentablemente, en muchos casos, el desenlace acaba en tragedia.

La autora encapsula en poco más de cien páginas la angustia que podríamos sentir cualquiera de nosotras, pero lo hace a través de una elección de palabras tan hermosa que corta la respiración. Si Fernanda Trías me gustó en ‘Mugre rosa', en ‘La azotea' directamente me ha cautivado.

Esta historia de #fernandatrias nos muestra un proceso progresivo de desconexión del mundo exterior, y nos permite ser testimonio de lo que sucede ahí donde nadie entra: el opresivo apartamento en el que vive Clara con su padre y con su hija.

El relato apunta al poder de los miedos y de la desconfianza y a todo lo que generan, invitándonos a reflexionar sobre los límites de las acciones que estamos dispuestos a perpetrar con tal de no vernos invadidos por una realidad amenazante, así como sobre los efectos y las trampas del encierro y el aislamiento. El resultado de todo ello, un universo (físico y psicológico) claustrofóbico, sórdido y asfixiante en el que el delirio y la locura no tardan en emerger.

A través de una prosa ágil, de unos pocos diálogos y de muchos silencios, accedemos los diversos niveles de encierro dentro de un confinamiento visto como única forma de vida posible, y en el que solo la azotea se vislumbra como puntual vía de escape.

La tensión, el ritmo y el pulso se mantienen como una constante en la narración a través de la voz de Clara, un logro indudable de la escritora. El hecho de que se omita parte del pasado de Clara (solo conocemos algunos retazos de un duelo, de un pasado teñido de violencia) permite que el foco se centre en los fantasmas que pueblan el universo emocional de Clara. En esa oscuridad y desasosiego de entrevén elementos delicados, líricos e inspiradores.

Como otras novelas con esta ambientación y tensión (Carcoma, por ejemplo), se impone la necesidad de engullir la lectura de forma continuada y casi sin respirar.

Leer las publicaciones de transito es una actividad de riesgo con maravillosas recompensas.

No sé bien cómo empezar esto porque me ha dejado el cuerpo raro. Pero leyendo otras reseñas y viendo la atmósfera propia del libro quizá es lo buscaba Fernanda. Esta sensación extraña de no saber bien a qué te has enfrentado exactamente mientras leías.
Creo que hay algo clarísimo y es cómo consigue transmitirte todas esas sensaciones que Clara experimenta. Ese miedo perpetuo, esas inseguridades, esos fantasmas, agobio y claustrofobia… intentas entender porqué Clara vive así, que ha podido ocurrir pero luego en realidad eso te da igual, porque solo importa su presente y su futuro más inmediato, está corriendo a contrarreloj, una cuenta atrás que ella sola ha iniciado. Y su Padre y Flor estaban dentro. Siempre juntos.

En algunos momentos de la lectura he creído percibir que todo estaba velado bajo la pérdida y de que quizá lo que estaba ocurriendo no era más que un duelo. Un duelo oscuro con enormes consecuencias. ¿Todo se desmorona desde que Julia no está?. Podríamos pensar que su padre y Flor la tienen a ella, pero, ¿y Clara?, ¿a quién tiene Clara? A nadie excepto su salvoconducto por encima de la ciudad: la azotea. Su rincón y espacio para tomar aire y respirar, por encima de todos y todas, sin miedo a nada. Cuándo hablaba de la azotea se atisbaba un halo de luz.

Sin ninguna duda, hablamos de salud mental. de cómo alguien que no es acompañada en tal sufrimiento puede perderse en sí misma. Clara sufre y hay violencia en sus palabras y sus actos. Y, por supuesto, ella es violentada desde el exterior.

Para acabar, solo puedo decir que Fernanda tiene un estilo propio increíble, me encantaría leer más de ella ahora que la he conocido. Esa forma de traspasar la página transmitiéndote lo que la protagonista siente no la encuentras en cualquier libro. Y aunque el libro te deje esa sensación extraña… merece la pena leerlo, y mucho.

Cierro las páginas de ‘La azotea' y pienso en lo desapacible que ha sido el día de hoy. Me ha removido por dentro porque, al igual que Clara, hay cosas que no saben a partir de qué momento se tuercen para siempre.

Clara es una mujer que vive atrincherada en su casa con su padre, su hija y un canario. En un principio, su padre se resiste a esa desconexión del exterior pero finalmente asume su destino. Su hija, cuyo nombre Flor viene a demostrarnos que en ella si hay esperanza, quiere salir afuera a ver los “pajaditos”. Pero fuera acechan cosas terribles.

Dice Fernanda que “escribir es como rasparse las rodillas durante una peregrinación”. El hecho de imaginarnos que tenemos que sobrevivir, luchar, batallar e imponernos a un peligro inminente, incluso si ese riesgo no es del todo real, ¿hace que la incertidumbre sea menos verdadera? ¿Son las sensaciones, lo intangible, un artefacto a la hora de enfrentar nuestros miedos? Fernanda Trías no responde a ninguna de estas preguntas. Tampoco nos cuenta con todo lujo de detalles lo que acontece en ese apartamento. Pero es que no hace falta, porque, de nuevo, son las sensaciones, el silencio, las que nos llevan a un vacío inexorable.

Confieso que tuve que parar la lectura varias veces, como si estuviera conteniendo la
respiración debajo de una piscina. Sus capítulos son cortos pero muy angustiantes por lo que hice muchas pausas.

Hay una calma tan inhóspita que da pavor. Cuando en realidad suceden mil cosas.
Lo mejor de la novela es todo aquello que Clara calla, los hechos que obvia.