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Esta historia de #fernandatrias nos muestra un proceso progresivo de desconexión del mundo exterior, y nos permite ser testimonio de lo que sucede ahí donde nadie entra: el opresivo apartamento en el que vive Clara con su padre y con su hija. El relato apunta al poder de los miedos y de la desconfianza y a todo lo que generan, invitándonos a reflexionar sobre los límites de las acciones que estamos dispuestos a perpetrar con tal de no vernos invadidos por una realidad amenazante, así como sobre los efectos y las trampas del encierro y el aislamiento. El resultado de todo ello, un universo (físico y psicológico) claustrofóbico, sórdido y asfixiante en el que el delirio y la locura no tardan en emerger. A través de una prosa ágil, de unos pocos diálogos y de muchos silencios, accedemos los diversos niveles de encierro dentro de un confinamiento visto como única forma de vida posible, y en el que solo la azotea se vislumbra como puntual vía de escape. La tensión, el ritmo y el pulso se mantienen como una constante en la narración a través de la voz de Clara, un logro indudable de la escritora. El hecho de que se omita parte del pasado de Clara (solo conocemos algunos retazos de un duelo, de un pasado teñido de violencia) permite que el foco se centre en los fantasmas que pueblan el universo emocional de Clara. En esa oscuridad y desasosiego de entrevén elementos delicados, líricos e inspiradores. Como otras novelas con esta ambientación y tensión (Carcoma, por ejemplo), se impone la necesidad de engullir la lectura de forma continuada y casi sin respirar. Leer las publicaciones de transito es una actividad de riesgo con maravillosas recompensas. |
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