—(…)Otro, en mi lugar, le habría hecho comprender, sin decirlo expresamente, la idea que le acabo de exponer con tanta torpeza; habría encontrado el modo de ganarse antes su confianza sin que usted se percatara de sus progresos y, tal vez, habría logrado aliviar un poco su corazón, que se resiste y se cierra ante mí. No es la primera vez que observo, en Francia particularmente, cómo rige el imperio de las palabras sobre las ideas. Lo mujeres, sobre todo…
—¡Oh! Muestra un profundo desprecio por las mujeres, mi querido Ralph. Y aquí me hallo, sola, contra ustedes dos; debo, pues, resignarme a no tener nunca la razón.