Indiana o las pasiones de Madame Delmare

El carácter de aquel hijo impetuoso y frío, razonador y apasionado, era una consecuencia de su inagotable amor y su generosa ternura hacia él. Habría sido mejor persona si hubiera tenido una madre menos bondadosa.

La encontró despierta; tenía la costumbre de levantarse temprano a causa de los hábitos laborales que había contraído durante la emigración y que jamás abandonó tras recuperar la opulencia.

Amaba el peligro como digno heredero de una raza de héroes.

No podía dejar de creer en él, de aspirar al futuro que le había prometido, pues la vida junto al señor Delmar y sir Ralph se había vuelto odiosa para ella y, si no hubiera confiado en que pronto escaparía de la dominación de aquellos dos hombres, acabaría también ella ahogada.

Se dejaba engañar fácilmente; no pedía nada más que ser engañada, ¡tan amarga desolada era su vida real!

¡Helos aquí, esos seres volubles y embusteros (las mujeres), siempre dispuestos a empresas imposibles y haciendo de la generosidad una aparatosa virtud ávida de escándalo! Leyendo esta carta, ¿quién creería que raciona sus besos y escatima sus caricias?

Daría mi vida por una hora entre sus brazos; pero puedo sufrir toda la vida por una de sus sonrisas.

No se trataba de conquistar un placer sino de castigar una afrenta; no se trataba de poseer a una mujer sino de someterla. Juró que sería su dueño, aunque fuera por un día, para abandonarla luego sólo por el placer de verla a sus pies.

Esperaba perder esta noche la razón o la vida. Para mi desgracia, conservo tanto la una como la otra.

¡Y, cuando descubre con qué delirante pasión la amo, clava sus uñas de mujer en mi corazón, con el propósito de encontrar en él algún resto de sangre que aún pueda derramar por usted!