Creo que las cosas siempre van mal de un modo u otro. Quiza sea que solo nosotros, los mayores, nos damos cuenta
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Creo que las cosas siempre van mal de un modo u otro. Quiza sea que solo nosotros, los mayores, nos damos cuenta
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Cuando yo era niño, las estaciones guardaban un orden. El molinero no metia el pulgar en platillo de la balanza y cada uno se ocupaba de sus asuntos
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No hay nada como una manzana de invierno para que el hambre no duela.
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Me fijé en que Fela giraba la cabeza y miraba a Simmon como si le sorprendiera verlo allí sentado. O mejor dicho: fue como si hasta ese momento Simmon únicamente hubiera ocupado espacio alrededor de Fela, como un mueble. Pero esa vez, cuando ella lo miró, lo captó por entero. El cabello rubio rojizo, la línea de su mandíbula, la amplitud de los hombros bajo la camisa. Esa vez, cuando lo miró, lo vio de verdad. Dejadme decir una cosa. Todas las horas que pasamos buscando en el Archivo, todo el fastidio y el cansancio valieron la pena solo para presenciar aquel momento. Valió la pena sangre y temer a la muerte por verla enamorarse de Sim. Solo un poco. Solo el primer hálito débil del amor, tan leve que seguramente ni siquiera ella lo percibió. No fue espectacular, como un rayo seguido del estruendo de un trueno. Fue más bien como cuando golpeas pedernal contra acero y salta una chispa que se desvanece tan deprisa que casi no la ves. Pero sabes que está allí, donde no puedes verla, prendiendo. + Leer más |
Denna se movía entre la multitud con lenta elegancia. No era la rigidez que pasa por distinción en escenarios selectos, sino una desenvoltura natural. Los gatos no piensan en estirarse, sino que se estiran. Pero los árboles ni siquiera hacen eso. Los árboles simplemente oscilan sin el esfuerzo de moverse. Denna se movía así. La alcancé tan deprisa como pude sin llamar su atención. —Disculpe, señorita. Denna se volvió, y su rostro se iluminó al verme. —¿Sí? —Normalmente nunca abordaría así a una mujer, pero no he podido evitar fijarme en que tiene usted los ojos de una dama de la que una vez estuve locamente enamorado. —Es una pena amar solo una vez —dijo ella, y su sonrisa traviesa dejó entrever sus blancos dientes—. He oído decir que hay hombres que consiguen amar dos veces, e incluso más. Ignoré la burla. —Yo solo he delirado una vez. Nunca volveré a enamorarme. |
Desperté. Estaba caliente y seco. Era de noche. Oí una voz familiar que preguntaba algo. La voz de Marten respondió: – Fue él. Lo hizo todo él. Pregunta. – No lo diré nunca, Den. Te juro por Dios que no lo diré. No quiero ni pensar en ello. Si quieres, que te lo cuente él. Pregunta. – Lo sabrías si lo hubieras visto. Entonces no querrías saber nada más. No lo provoques. Yo lo he visto furioso. No diré nada más. No lo provoques. Pregunta. – Déjalo ya, Den. Los iba matando uno a uno. De pronto enloqueció un poco. Y… No. Solo diré una cosa. Creo que invocó al rayo. Como Dios. «Como Táborlin el Grande», pensé. Y sonreí. Y seguí durmiendo. |
Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.
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Un largo tramo de camino te enseñará más sobre tí mismo que cien años de silenciosa introspección.
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— Ya lo dijo Teccam: no hay hombre valiente que nunca haya caminado cien kilómetros. Si quieres saber quien eres, camina hasta que no haya nadie que sepa tu nombre.
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Aquella espada era la pausa discordante de un verso perfecto. Era el aliento que se corta.
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¿Qué criaturas mágicas podemos encontrar en Gringotts, el banco de magos?