El sordo aullido del despertador suena poco después de las 6 de la mañana. Todavía es de noche, aunque la suave claridad del día que asoma deja entrever sus primeros rayos de sol en el horizonte, al este, donde el mar devuelve dulces destellos de vida entre las sombras de la oscuridad que poco a poco se desvanece.
El agua de la ducha, tan caliente que el vapor tarda tan sólo un instante en crear una nube grisácea que lo empaña todo, resbala por mi cuerpo tratando de devolver la vitalidad a músculos y articulaciones todavía dormidos en brazos y piernas.
En la cocina, el café que todavía humea en el interior de la taza sobrecargada de azúcar, es el último ritual matutino obligatorio antes de cruzar el portal de edificio y enfrentar, con alborozo y esperanza, un nuevo día de trabajo y familia, de derechos y deberes, de obligaciones y responsabilidades.
Entre quejas, lamentos y reproches por la vida fácil y acomodada que nos ha tocado vivir, olvidamos que en otra época, no tan lejana como estamos acostumbrados a pensar, otros vivieron tiempos en los que la injusticia de la lucha de clases, la dictadura en los negocios de unos pocos y las ideas misóginas de la mayoría, obligaban al pueblo a bregar cada día por algo más que un malpagado jornal.
Y la historia que hoy os traigo es uno de esos relatos de valor y superación, en el que tres hermanas deben sobrevivir, a finales del siglo XIX, en un mundo de hombres, sobreponiéndose a algo más que a una tierra heredada, yerma y maldita.
Con “
Las Hijas de la Tierra” –su segunda novela, tras “
El Bosque sabe tu Nombre”- la escritora,
Alaitz Leceaga, se hace un hueco merecido y ganado a pulso, entre los mejores narradores de la novela de época actual.
La vida de las hermanas Beltrán-Velasco transcurre en un pulso constante, cruel y despiadado, por doblegar el poder del cacique que domina San Dionisio y conseguir prosperar en una sociedad machista que no ve en su familia nada más que la amenaza, presente y poderosa, contra la realidad que ha dominado sus vidas durante décadas.
Unos viñedos dormidos, una maldición heredada y unos demonios que, en libertad y sin barreras, deambulan por la casa, componen los mayores obstáculos que Gloria, Teresa y Verónica tendrán que esquivar para hacer frente a todo un pueblo que nos las considera más que un problema del que tienen que deshacerse, sea cual sea el precio que deban pagar.
Con una trama absorbente y una pluma sencilla y elegante, la autora evoca las costumbres y tradiciones de la época de una forma excepcionalmente cálida y asequible hasta lograr invadirnos por completo y sentir la nieve que en invierno inundan la finca de Las Urracas, sintiendo bajo nuestros pies descalzos el ardor de una tierra moribunda que desea despertar.
Realmente esta novela, “
Las Hijas de la Tierra” es una de las historias más completas que podemos encontrar hoy en día en la narrativa actual. En poco menos de 500 páginas nos veremos inmersos en un romance prohibido, conviviremos con demonios y fantasmas encerrados, nos sorprenderemos, más o menos horrorizados, con varias muertes y otros tantos asesinatos, traiciones y luchas de poder… y sobre todo, por encima de cualquier otra cosa, en esta historia hallaremos una infinidad de ejemplos de superación, motivación y amor por la familia como único y último consuelo.
Y como último apunte, si finalmente te atreves –no por mi consejo, sino por tu amor por la literatura- a bucear profundamente en esta historia, quiero que pongas especial atención a Verónica, la pequeña de las hermanas, que a pesar de su ojo nublado, consigue establecer una relación muy particular con el resto de personajes que, como ella, están poco dispuestos a darse a conocer.
Casi es la hora de terminar la jornada, así que ya que estás a punto de acabar de trabajar y volver a la calidez del hogar, piensa que no eres otra cosa que un privilegiado más al que le ha tocado vivir en una época en la que ser diferente no conlleva pasar una década encerrado entre las sombras de una mazmorra improvisada sin más compañía que la soledad y la humedad.
¿O sí?
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