¿Qué veía en Barbara? No podía explicarlo con palabras, solo sabía que le fascinaba, que se ahogaba cuando no la tenía cerca y que su día se iluminaba cuando ella aparecía.
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¿Qué veía en Barbara? No podía explicarlo con palabras, solo sabía que le fascinaba, que se ahogaba cuando no la tenía cerca y que su día se iluminaba cuando ella aparecía.
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La aspiración a ser libre nace con el ser humano.
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En esos momentos odió ser mujer. Odió las leyes que la obligaban a depender de un hombre, como si las mujeres fueran incapaces de subsistir solas. Odió tener que esperar hasta una mayoría de edad impuesta por una sociedad rancia que, sin embargo, se la concedía a los varones años antes que a la mujer. En un futuro, las cosas cambiarían, lo intuía y soñaba, pero de momento tenía que claudicar y adaptarse a las normas. ¡Que no resignarse a ellas!
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—Si tu bisabuela cree que no es vanidoso, es posible que haya perdido vista con la edad. Y tú, también; a mí me parece un hombre arrogante, inmodesto y pagado de sí mismo. A veces, da la impresión de haberse tragado un puercoespín. Me importa muy poco si tu tío se esfuma o no, la verdad, la casa está más tranquila sin él dando órdenes. —A mí no me engañas, Babs. He visto el modo en que le miras y el modo en que te mira él. Para alguien con dos ojos en la cara… —Tienes demasiada imaginación, deberías aprovecharla para escribir cuentos infantiles o algo así. —La intuición no me falla nunca. —No me pareció eso anteayer, cuando entramos por la puerta trasera de aquel tugurio en el que se jugaba, y casi nos vemos envueltas en una trifulca. ¿Quién era ese sujeto tan apuesto que intentó detenerte y al que agrediste sin venir a cuento? Pobre hombre. Aún deben de dolerle las costillas por haber caído sobre la mesa. |
—Como me aconsejó a mí: guarde sus rebuznos para mejor ocasión, milord.
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—(…) Solo que yo, cariño, no estaré nunca en tu lista de posibles candidatos a la vicaría. Así pues, no te debe importar si tengo defectos. —¡Por descontado que nunca lo tendría como postulante! —saltó ella como si acabaran de clavarle un alfiler en el trasero. Maine no contestó, solo la miró unos segundos. No pudo evitar sentirse enfurecido ante una afirmación tan categórica. De modo que él sería el último hombre en la tierra en el que pensara para casarse. Él quería permanecer soltero, pero eso era una cosa y otra que le dijeran a uno a la cara que no le consideraban siquiera. (…) |
Babs cruzó la mirada con la suya. Odiaba que la lisonjeara. Aunque también le agradaba. Lo odiaba y le agradaba. ¡Qué dilema! Acabaría demente por su culpa. Alan se acercó más a ella, manteniendo a duras penas las normas del decoro. Hubiera dado toda su fortuna por poder mandar la etiqueta al infierno y besarla en ese mismo instante. Barbara lo trastornaba. Lo irritaba, le hacía sentirse un estúpido, le fastidiaba tener que hacerse cargo de ella… Pero, al mismo tiempo, se daba cuenta de no haberse sentido tan vivo desde hacía años. (…) |
—No sería nada difícil llamarme por mi nombre. —Prefiero no hacerlo. —¿Por qué, Babs? ¿Tanto me detestas? —No pedí un tutor. —Tampoco yo pedí tener que hacerme cargo de una pupila deslenguada y reticente. |
Avanzó hacia la muchacha, que cambió su ceño fruncido por una mirada de alerta. Le molestó su animosidad. Porque desde que la viera de pie ante él, negándole las credenciales que le exigía, la levantisca señorita Ross aparecía a cada instante en su pensamiento. Aunque ello lo ignorase y él se reconviniese por lo que consideraba una locura, se acostaba a la hora que se acostase madrugaba solo para poder verla, desde lejos, cuando bajaba a desayunar. Procuraba mantenerse ocupado para no volver a su propia casa hasta la noche; quería dejarle espacio mientras él se devanaba los sesos pensando en qué hacer para quitársela de la cabeza. Pero lo tenía obsesionado. |
En esos momentos odió ser mujer. Odió las leyes que la obligaban a depender de un hombre, como si las mujeres fueran incapaces de subsistir solas. Odió tener que esperar hasta una mayoría de edad impuesta por una sociedad rancia que, sin embargo, se la concedía a los varones años antes que a la mujer. En un futuro, las cosas cambiarían, lo intuía y soñaba, pero de momento tenía que claudicar y adaptarse a las normas. ¡Que no resignarse a ellas! Allí se encontraba pues, metida en un carruaje de camino a Londres, la ciudad en la que llegara al mundo, a la que nunca regresó, donde debería ir y venir vigilada por alguna alcahueta proporcionada por su nuevo tutor. |
¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?