Rivales de día, amantes de noche de Nieves Hidalgo
Avanzó hacia la muchacha, que cambió su ceño fruncido por una mirada de alerta. Le molestó su animosidad. Porque desde que la viera de pie ante él, negándole las credenciales que le exigía, la levantisca señorita Ross aparecía a cada instante en su pensamiento. Aunque ello lo ignorase y él se reconviniese por lo que consideraba una locura, se acostaba a la hora que se acostase madrugaba solo para poder verla, desde lejos, cuando bajaba a desayunar. Procuraba mantenerse ocupado para no volver a su propia casa hasta la noche; quería dejarle espacio mientras él se devanaba los sesos pensando en qué hacer para quitársela de la cabeza. Pero lo tenía obsesionado. |