Rivales de día, amantes de noche de Nieves Hidalgo
Babs cruzó la mirada con la suya. Odiaba que la lisonjeara. Aunque también le agradaba. Lo odiaba y le agradaba. ¡Qué dilema! Acabaría demente por su culpa. Alan se acercó más a ella, manteniendo a duras penas las normas del decoro. Hubiera dado toda su fortuna por poder mandar la etiqueta al infierno y besarla en ese mismo instante. Barbara lo trastornaba. Lo irritaba, le hacía sentirse un estúpido, le fastidiaba tener que hacerse cargo de ella… Pero, al mismo tiempo, se daba cuenta de no haberse sentido tan vivo desde hacía años. (…) |