—Comoquiera que sea —susurró—. No importa que tú estés o no para escucharme. Siempre canto para ti.
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—Comoquiera que sea —susurró—. No importa que tú estés o no para escucharme. Siempre canto para ti.
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—¿Dónde está su madre? —pregunté. Pero no necesitaba la respuesta. Aunque no fuera muy entendida en cabras, sabía de maternidad: sólo la muerte mantendría a una madre lejos del hijo que estuviera armando un alboroto semejante.
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Inmóviles y amortajados, uno junto a otro, con las caras cubiertas, anónimos. Rara vez la guerra mira a sus muertos a la cara.
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La falta de una loca pasión no impedía la ternura ni el gesto considerado.
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Aun así no había manera de prever lo que significaba tener un hijo; la imaginación no podía equipararse al conocimiento de lo que podía causar el nacimiento de un niño, alterándonos la vida. —Por suerte es así —dije a Jemmy—. De otra manera, nadie en su sano juicio se arriesgaría a tenerlos. |
Pero así son las cosas y así serán siempre: los pobres deben verter su sangre por el oro del rico.
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He vivido la guerra y he perdido mucho. Sé por qué cosas vale la pena pelear y por cuáles no. El honor y el valor son cuestiones de fondo; si un hombre está dispuesto a matar por algo, en ocasiones también estará dispuesto a morir por ello. Y es por eso, oh Pariente, por lo que las mujeres tienen caderas anchas; esa cuenca ósea alberga por igual a un hombre y a su hijo. La vida del hombre mana de los huesos de su mujer, y en la sangre de ella su honor recibe bautismo. Sólo por amor, volvería yo a caminar a través del fuego. |
—La sangre no importa —dijo en voz baja—. Es mi hijo.
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—Para mí eres hermoso, Jamie —dije al fin, suavemente—. Tan hermoso que me rompes el corazón.
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«Igual que en el agua la cara refleja la cara, el corazón del hombre refleja al hombre». Y la ley del valor era la que él había respetado desde siempre.
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Gregorio Samsa es un ...