La cruz ardiente

—. ¿No es extraño que los cherokees tengan las mismas ideas que los escoceses de las montañas?

—¡Oh!, no tanto. —Jamie señaló con un gesto el bosque oscuro, más allá del pequeño círculo de luz que irradiaba la fogata—. Ellos llevan el mismo tipo de vida que nosotros, ¿no? Son cazadores y habitantes de la montaña. Pueden haber visto las mismas cosas que nosotros.

Así había sido y volvería a ser. Pues los hombres siempre combatían por lo mismo: el hogar y la familia.

Hay una diferencia entre crueldad y necesidad.

—Sí —dijo Jamie, casi para sus adentros—. Y una línea muy delgada, quizá, entre un monstruo y un héroe.

Saber un poco es peligroso. Un tonto con la espada en su vaina corre menos peligro que el tonto que cree saber manejarla.

una vez expuestos en el papel, sus sueños se convertían en algo independiente, como sus dibujos: el reflejo de una faceta de su mente, pero distinto de la mente o el corazón que lo habían creado.

Siempre he sabido lo que significa amar a un hombre, sea esposo o hermano, amante o hijo. Y es peligroso.

—Yo imaginaba cómo sería tener treinta años, cuarenta, pero ¿ahora qué?

—Te inventas. Miras a otras personas. Te pruebas otras vidas para ver cómo te sientan. Coges lo que puedes usar y buscas dentro de ti mismo lo que no puedes hallar en otra parte. Y siempre te preguntas si lo estás haciendo bien.

—Cuando llegue el día en que debamos separarnos —dijo en voz baja, mirándome—, si mis últimas palabras no son «te amo», habrá de ser porque no tuve tiempo.

Los cazadores informaban que esos hombres negros vivían en la miseria, vestidos con harapos y sin casas decentes. Un demonio que se respetara no podía vivir así.

(Siempre he pensado que todos tenemos ese tipo de nombre, algo que no es una palabra. Yo sé quién soy yo. Y quienquiera que sea, no se llama «Brianna». Soy yo, simplemente. «Yo» funciona bien como sustituto de lo que quiero decir, pero ¿cómo escribes el nombre secreto de otra persona?).