Estoy segura de que os habrá pasado alguna vez, que leéis un libro por primera vez y no os dice nada, y en una relectura años después os parece increíble. Pues eso es lo que me ha sucedido con la segunda lectura conjunta del #vecindarioliterario “El gran Gatsby”, de F. S. Fitzgerald, una lectura cuyo trasfondo no supe ver la primera vez, que incluso llegó a aburrirme, y a la que ahora he sacado el máximo jugo gracias en gran parte a la maravillosa compañía de la que he disfrutado. Una obra con la que se vive el sueño americano en la piel de sus personajes, reflejo de la sociedad estadounidense de los años veinte. Una sociedad ante todo materialista, en la que solo importa la fama y el estatus, el dinero y de quién se hereda. Una historia en la que el autor hace una mordaz crítica a la inmoralidad y falta de humanidad de la época, independientemente del nivel social, a través de una prosa sencilla pero con cierto gusto y belleza, cuyos personajes están perfectamente desarrollados, de corta extensión pero muy bien aprovechada. Una obra que requiere cierta atención, inteligente, sarcástica, que despierta en el lector la necesidad de ir observándolo todo al detalle para desentrañar cada frase y cada gesto para no perderse nada. Si bien es cierto que va de menos a más, creo que el autor sabe perfectamente cómo ir aumentando la intensidad de la obra para atraparte hasta ver estallar el clímax en un final muy potente y bastante inesperado. Creo que Fitzgerald consigue transmitir de forma extraordinaria la frivolidad y el egoísmo reinante en la sociedad de la que habla, sin endulcorantes ni paños calientes. No me paro a hablar mucho de los personajes por no destripar la obra, pero me ha maravillado la psicología de todos y cada uno de ellos, en especial del protagonista; un hombre cuyos pensamientos, sentimientos y matices no pasan desapercibidos, que te atrae en un capítulo para producirte rechazo en el siguiente. Para mí, sin duda, es una obra que merece la fama de la que disfruta. Magnífica. + Leer más |
Si los 20s de Fitzgerald supusieron que se sentara a la mesa de los dioses en todos los sentidos; fama, amor, lujo, Hollywood, reconocimiento..., los 30s fueron una bajada a los infiernos al puro estilo de Tántalo.
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