¡Oh!, sí, sí; brama, vientos del Sur; ruge, tormenta; amontonaos, nubes espesas, y ocultad a la vista de todos los hombres el extraño recibimiento que hace la Francia a una hija de los Césares, el día que entrega su mano a su rey futuro.
|
¡Oh!, sí, sí; brama, vientos del Sur; ruge, tormenta; amontonaos, nubes espesas, y ocultad a la vista de todos los hombres el extraño recibimiento que hace la Francia a una hija de los Césares, el día que entrega su mano a su rey futuro.
|
- ¡Una buena educación en verdad! - dijo Luis XV. - Vuestra majestad es sumamente bondadoso. - Y que os honra mucho, duque. - Me favorecéis demasiado, Majestad. - Me parece que Luis es uno de los príncipes sabios de Europa. - Así lo creo yo también, señor. - ¿Buen historiador? - Excelente. - ¿Geógrafo perfecto? - El delfín hace él solo planos que con dificultad haría un ingeniero. - ¿Tornea con perfección? - ¡Ah!, señor, ese honor no me pertenece, pues otro ha sido quien le enseñó. - ¿Qué importa?, el resultado es que sabe tornear. - Maravillosamente. |
¡Ah!, monseñor, así me sucedió una vez en el año de 1399, verificando un experimento con Nicolás Flamel, en su casa de la calle de los Escribanos, junto a la capilla de Santiago. El pobre Flamel estuvo a punto de perder la vida, y yo perdí veintisiete marcos de una substancia más preciosa que el oro.
|
¿Y no prefieres mi amor - preguntó la joven torciendo convulsivamente sus hermosas manos-, y no prefieres mi amor a esos ensueños que ambicionas, y a esas quimeras que crea tu imaginación? ¿Y me condenas a la castidad de las religiosas, con la tentación del ardor inevitable de tu presencia?
|
¡Pero eso no es amor!, ¡no es amor!
|
Tus hermosos ojos, al cerrarse a la luz de esta vida, se abren a una claridad sobrehumana, y velan por mí. Tú eres la que me haces libre, rico y poderoso.
|
Bálsamo, escucha: hay en mí dos Lorenzas muy distintas, una que te ama, y otra que te odia, así como hay también dos existencias completamente opuestas, la una, durante la cual absorbo todas las alegrías del Paraíso, y la otra, durante la cual experimento todos los tormentos del infierno.
|
Y prendiendo nuevamente del clavo el vestido de Teresa, bajó melancólicamente la escalera detrás de Gilberto, por cuya juventud hubiera tal vez cambiado en aquel instante su reputación que equilibraba la de Voltaire y partía con ella la admiración de todo el mundo.
|
¡Ah!, no comprende que soy tan fuerte como ellos: que, cuando mis vestidos sean tan elegantes como los suyos, pareceré tan distinguido como ellos: que poseo además una voluntad inflexible que ellos no tienen...
|
Fiaos de esa mirada angelical, de esa frente despejada, de esa sonrisa inteligente, de ese aspecto de reina. Éstas son las cualidades de la señorita de Taverney, de esa mujer que por su hermosura parece digna de reinar en todo el globo, pero que no es más que una aldeana poseída de orgullo, remilgada y llena de preocupaciones aristocráticas.
|
¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?