- Sí, París, agrupación, abismo de males - exclamó tristemente el anciano -. En cada una de las piedras que allí veis, veríais brotar una lágrima, o enrojecerla una gota de sangre, si los dolores que encierran sus paredes apareciesen a la vista.
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- Sí, París, agrupación, abismo de males - exclamó tristemente el anciano -. En cada una de las piedras que allí veis, veríais brotar una lágrima, o enrojecerla una gota de sangre, si los dolores que encierran sus paredes apareciesen a la vista.
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Yo mismo he creído que la libertad del hombre consistía, no en hacer lo que desea, sino en que ningún poder humano le obligue a hacer lo que no quiera.
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... he leído el "Discursos sobre la igualdad de condiciones", y el "Pacto social". De esos dos libros proceden todos mis conocimientos, y acaso todas mis equivocaciones.
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- ¡Vamos! - dijo Chon -, pensé que el primer precepto de los filósofos era que todos los hombres son iguales.
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Versalles, frío y con imponente majestad, cuyos gigantescos árboles comenzaban ya a secarse y perecer de ancianidad, penetró a Gilberto de ese sentimiento de religiosa tristeza, que ninguna inteligencia bien organizada puede evitar en presencia de las grandes obras, erigidas por la perseverancia humana, o creadas por el poder de la naturaleza.
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- Pero, ¡Dios mío!, ¿pretendo yo otra cosa por ventura de esa turba de filósofos, enciclopedistas, dramaturgos, iluminados, poetas, economistas y folletistas, que saliendo de no sé dónde, bullen, escriben, guznan, calumnian, vociferan y predican? Que los coronen, que les erijan estatuas y les edifiquen templos; pero que me dejen tranquilo.
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- ¿Es posible que yo firme una orden para que se ayude a la condesa? ¿Y sois vos, Sartines, vos, el hombre de talento, quien me propone dar un golpe de Estado para satisfacer caprichos de una mujer? - ¡Oh, no por cierto, señor! Me limitaré a decir como Vuestra Majestad: ¡pobre condesa! |
- ¡Llévese el diablo las firmas - dijo Luis XV -, y a los que vienen a buscarlas! ¡Quién habrá inventado los ministros, las carteras y el papel sellado!
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- ¡Qué ignominia, Dios del cielo! - exclamó la vieja - : ¿Conque está absolutamente perdida la monarquía? - O muy enferma cuando menos; mas ya sabréis que de un moribundo debe sacarse el mejor partido posible. |
Pudiera haber sido honrada; sólo me restaba una mano, una mano amiga que me detuviese en el borde del abismo, al que me inclino, resbalo y estoy próxima caer. Te he gritado: ¡ayúdame, sostenme!, y lejos de hacerlo, me has despreciado. Ya ruedo, caigo y me pierdo. Dios te tomará en cuenta este crimen. ¡Adiós...!
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?