- Eso fue, duque, un milagro de Dios. - He aquí precisamente lo que me asusta a veces, pues a mí se me figura que fue un milagro del diablo. |
- Eso fue, duque, un milagro de Dios. - He aquí precisamente lo que me asusta a veces, pues a mí se me figura que fue un milagro del diablo. |
Madame de Pompadour era sumamente celosa de la gloria de Vuestra Majestad y abrigaba profundas ideas políticas. Declaro que su genio simpatizaba con mi carácter, y frecuentemente me he unido a ella para llevar a cabo grandes empresas; os digo, señor, que nos entendíamos.
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Sufría horriblemente al ver que se le tenía por traidor, y se desconocía su abnegación y la larga lucha que mantenía contra la pureza y los deseos de su edad, a los cuales había dominado hasta allí con tanto denuedo.
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Arrodillado Gilberto y sin respiración, sentía afluir toda su sangre al corazón y a las sienes; un fuego inextinguible circulaba sus venas, sus ojos se iban nublando poco a poco, y un murmullo febril, desconocido, resonaba en sus oídos; se encontraba efectivamente próximo al furioso delirio que precipita a los hombres en el horrible abismo de la locura, y ya se disponía a penetrar en el aposento de Andrea gritando ...
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Reúnes la instrucción sólida de la clase media, conoces el arte encantador de la música, sabes dibujar paisajes con rebaños de corderos y con vacas, que el mismo Berghem adoptaría por suyos, y no te ocultaré que la delfina es aficionadísima a corderos, a vacas y a las pinturas de Berghem Además, eres hermosa, circunstancia que no escapa a la observación del rey, y posees el don de la palabra, lo cual encantará al conde de Artois y a M. de Provence; de suerte que no sólo serás bien recibida, sino adorada.
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Por fin comprendo que el filósofo Rousseau tiene razón: valemos mucho más que ellos, porque nuestros corazones son más puros y más fuertes.
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- ¡Aproximen solamente a los hombres y mujeres del pueblo! Maldición a los nobles, a los aristócratas y a los ricos todos.
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El pueblo, que cuando ninguna pasión le irrita, mira siempre respetuosamente esa reina suprema que se llama hermosura.
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Andrea, pareces una aldeana: ¿no comprendes que, asomándote así, te expones a que te abrace el primer palurdo que pase? Es necesario que te cerciores que nuestro coche está entre este pueblo como en medio de un río. Estamos en el agua, querida, y en agua sucia: no nos mojemos.
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Exacta alucinación - interrumpió el delfín -; conozco todos los instrumentos destinados a quitar la vida, y el que habéis descrito no existe: por lo tanto debéis tranquilizaros.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?