Si él muere, hará bien, porque así disminuirá el exceso de población. Scrooge bajó la cabeza al oír sus propias palabras, repetidas por el Espiritu, y se sintió abrumado por el arrepentimiento y el pesar.
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Si él muere, hará bien, porque así disminuirá el exceso de población. Scrooge bajó la cabeza al oír sus propias palabras, repetidas por el Espiritu, y se sintió abrumado por el arrepentimiento y el pesar.
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Con este relato de fantasmas he tratado de exponer el espíritu de una idea que no ha de disgustar a los lectores consigo mismos, con los demás, con la época navideña ni con el autor. Ojalá hechice sus hogares y nadie desee que desaparezca. Su fiel amigo y servidor, Charles Dickens Diciembre de 1843 |
-La Navidad es la fiesta más hermosa del año. -¡Paparruchas! |
Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad -aparte de la veneración debida a su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar- siempre he pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que concozo en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino.
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Hay algunos seres sobre la tierra —replicó el Espíritu— que pretenden conocernos, y que realizan sus acciones de pasión, orgullo, malevolencia, odio, envidia, santurronería y egoísmo en nuestro nombre, y que son tan extraños para nosotros y para todo lo que con nosotros se relaciona, como si nunca hubieran vivido. Acordaos de ello y cargad la responsabilidad sobre ellos y no sobre nosotros.
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Me siento tan ligero como una pluma, tan feliz como un ángel, tan conrento como un colegial. Estoy tan embriagado como un borracho. ¡Feliz Navidad a todos, feliz Año Nuevo para el mundo entero! ¡Hola eh! ¡Yuupy! ¡Hola!
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Es una ley de la compensación justa, equitativa y saludable, que así como hay contagio en la enfermedad y las penas, nada en el mundo resulta más contagioso que la risa y el buen humor.
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—Si estas sombras no cambian en adelante, ninguno de mi especie lo encontrará aquí —expuso el fantasma—. ¿Y qué más da? Si ha de morir, lo mejor es que se muera. Así se reduciría el exceso de población.
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Es justo e incluso espléndidamente útil para el correcto funcionamiento del mundo que aunque exista la infección en las enfermedades y en las penas, no haya nada tan irresistiblemente contagioso como la risa y el buen humor.
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Algunas personas se reían al ver el cambio, pero él las dejaba reírse sin prestarles atención pues era lo bastante sabio para darse cuenta de que nada bueno sucede en este globo sin que determinadas personas se harten de reír al principio; sabía que tales personas siempre estarían ciegas y consideraba el malicioso brillo y arrugas de sus ojos como una enfermedad cualquiera, con manifestaciones menos atractivas. Su propio corazón reía y con eso le bastaba.
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Su trama cuenta la historia de un hombre avaro y egoísta llamado: