Le miré, en efecto, con una mezcla de placer y sobresalto, como oro puro veteado por aceradas agujas de agonía. Un placer similar al que debe de sentir un hombre medio muerto de sed cuando sabe que el pozo hasta cuyo brocal se ha arrastrado está rebosante de agua envenenada, y a pesar de todo se inclina a beberla a tragos gloriosos.
|