El baile de Irène Némirovsky
Mientras se cruzaban en el 'camino de la vida'; una iba a llegar, y la otra a hundirse en la sombra. Pero ellas no lo sabían.
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El baile de Irène Némirovsky
Mientras se cruzaban en el 'camino de la vida'; una iba a llegar, y la otra a hundirse en la sombra. Pero ellas no lo sabían.
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Domingo de Irène Némirovsky
El genio sabe instintivamente lo que el simple talento solo conoce por experiencia.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Pero los hombres a los que el siglo retenía en sus redes no comprendían; se indignaban, se rebelaban y seguían buscando dolorosamente, en vano, un sentido a su padecimiento. Era como si golpearan con el puño una muralla muda. Sus golpes no encontraban eco.
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La presa de Irène Némirovsky
𠇎n realidad -se dijo-, no se trata más que de eso, del instinto de supervivencia. Porque si me preguntaran: “Qué quieres? ¿Disfrutar?” No, claro que no. ¡Quiero tener lo que me niegan, mi parte en la vida! No quiero esperar más, seguir llamando a una puerta cerrada. Quiero ser, existir, decir: “¡Yo!””
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Era otro nuevo rasgo en él, producto de la vida militar : una furia que lo poseía con enorme facilidad.
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Suite francesa de Irène Némirovsky
Porque en público no se llora, salvo a la cabecera de un muerto (el resto del tiempo hay que saber comportarse y ocultar a los demás no sólo las penas, sino también las alegrías demasiado grandes).
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Suite francesa de Irène Némirovsky
Cuando hablaba en alemán, sobre todo en aquel tono de mando, su voz adquiría una sonoridad vibrante y metálica que producía a los oídos de Lucile un placer similar a un beso dado con rabia y acabado en mordisco.
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Suite francesa de Irène Némirovsky
En el fondo de su corazón había capas de odio que se superponían sin confundirse: la de la campesina que instintivamente detesta a la gente de la ciudad, la de la criada cansada y amargada por haber vivido en casas ajenas y, finalmente, la de la obrera, porque durante aquellos últimos meses había sustituido a su marido en la fábrica.
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Nieve en otoño de Irène Némirovsky
Era mejor callar. Sin embargo, ¿ante quién podía llorar libremente si no era ante ella?
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Dos de Irène Némirovsky
¡Ay, la desgracia es que los hijos creen que somos adultos; sin embargo, de cien hombres, noventa nunca han crecido: son adolescentes envejecidos, niños con el pelo blanco que se mueren de pronto sin haber vivido jamás! Pero ¿cómo van a saberlo estas criaturas
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Dos de Irène Némirovsky
Las pasiones de nuestros padres no nos interesan hasta que han muerto ellos y sus pasiones. Sólo entonces adquieren las proporciones de un irritante misterio, no antes: mientras los corazones que las contienen siguen latiendo, pasamos a su lado con indiferencia.
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Dos de Irène Némirovsky
Tenían los rostros cansados y demacrados por el placer, pero éste no los había envejecido ni afeado: nada altera el esplendor de la juventud.
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Dos de Irène Némirovsky
El amor que ha sobrepasado ciertos límites del egoísmo y las conveniencias personales está rodeado de una atmósfera irrespirable.
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El baile de Irène Némirovsky
Antoinette nunca más había vuelto a darle otros besos que no fueran los de la mañana y de la noche, que padres e hijos intercambian sin pensar, como los apretones de manos de dos desconocidos.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Son los fuegos de otoño. Purifican la tierra; la preparan para las nuevas semillas. Vosotros aún sois jóvenes. Esos grandes fuegos aún no han ardido en vuestras vidas. Pero se encenderán. Y devorarán muchas cosas. Ya lo veréis, ya lo veréis...
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Dijo que el cuerpo estaba formado por pequeñas partículas que permanecen juntas mucho tiempo, pero un buen día se separan. Supongo que, cuando se acerca la muerte, cada una de esas partículas se agita y quiere recuperar su libertad, y eso es lo que causa esta insoportable angustia...
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Los matrimonios felices son aquellos en los que el marido y mujer lo saben todo el uno del otro, o bien lo ignoran todo.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
La grandeza de un hombre se mide por el número de sus enemigos.
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Los fuegos de otoño de Irène Némirovsky
Eran tiempos en los que algunos hombres se dejaban llevar por la desesperación, y algunas mujeres, por el libertinaje, pero Thérèse y muchos otros cuidaban a los heridos y soñaban, confiados en el porvenir.
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¿Quién escribió la saga?