La bestia del corazón de Herta Müller
Se dijera lo que se dijera, siempre era definitivo. Con las palabras en la boca aplastamos tantas cosas como con los pies sobre la hierba, así era cualquier despedida.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Se dijera lo que se dijera, siempre era definitivo. Con las palabras en la boca aplastamos tantas cosas como con los pies sobre la hierba, así era cualquier despedida.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Cuando nos despidieron nos dimos cuenta de que las cosas nos iban peor sin esa perturbación fiable que bajo su yugo. Puesto que en nuestro entorno se nos consideraba fracasados tanto si teníamos trabajo como si nos despedían, nosotros mismos empezamos a considerarnos fracasados. Pese a que repasábamos todos los motivos y los defendíamos, nos sentíamos fracasados. Estábamos agotados, hartos de la muerte inminente del dictador, de los muertos durante las fugas, sin darnos cuenta nos acercábamos cada vez más a la obsesión por la fuga. El fracaso se nos antojaba tan corriente como respirar. Era nuestro denominador común, al igual que la confianza. Y sin embargo, cada uno de nosotros aportaba su propio granito de arena: el propio fracaso. En ese fracaso, cada uno de nosotros se había forjado una mala imagen de sí mismo, una imagen salpicada de arranques de engreimiento atormentado.
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La bestia del corazón de Herta Müller
El pueblo alemán es orgulloso, dijo el peletero, nosotros los rumanos somos perros malditos. Una jauría cobarde, se nota en los suicidios. Todos se ahorcan, nadie se atrevería a pegarse un tiro. Vuestro Hitler no tenía la menor confianza en nosotros.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Por aquel entonces aún creía que en un mundo sin vigilantes podías caminar con paso distinto al de este país. En un lugar donde la gente piensa y escribe de otra forma, creía, también se puede caminar de otra forma.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Uno de los libros de la casa de verano se titulaba: Sin ayuda. Decía que en cada cabeza solo cabe un tipo de muerte. Pero yo iba y venía entre la ventana y el río. La muerte me silbaba desde lejos, tenía que tomar carrerilla para acudir junto a ella. Casi lo tenía controlado. Tan solo una pequeña parte de mí se resistía. Quizás era la bestia de mi corazón.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Necesitábamos la rabia de palabras largas que nos separasen. Las inventábamos como maldiciones para crear distancias. Nuestra risa era dura, nos clavábamos el dolor los unos en los otros. Tardábamos poco, porque nos conocíamos a fondo. Sabíamos a la perfección qué dolía al otro. Nos excitaba que el otro sufriera. Queríamos que se desmoronara por el peso del amor en estado puro y percibiera su escaso aguante. Cada insulto era el preludio del siguiente, hasta que por fin el insultado callaba. Y aún seguíamos un rato. Durante un rato seguíamos arrojando palabras a su rostro como si de saltamontes en un campo carcomido se tratara.
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La bestia del corazón de Herta Müller
No queríamos salir del país. No queríamos cruzar el Danubio, ir en globo ni subir a trenes de mercancías. Fuimos al parque desgreñado. Edgar dijo: Si se fuera quién se tiene que ir, todos los demás podrían quedarse en el país. No se lo creía ni él. Nadie creía que se fuera quien se tenía que ir. Cada día circulaban rumores sobre las viejas y nuevas enfermedades del dictador. Nadie les daba crédito. Sin embargo, todo el mundo los susurraba al oído del vecino. También nosotros los difundíamos, como si en ellos anidara el virus de la muerte y así pudiéramos alcanzar al dictador: cáncer de pulmón, atrofia cerebral, parálisis, leucemia.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Las enfermedades, pensaban las madres, son un lazo para los hijos. Así permanecían atados en la distancia. Querían un hijo que buscara los trenes de regreso a casa, que buscara el camino entre girasoles o bosques para dar la cara. Ver una cara, pensaban las madres, en la que el amor atado sea una mejilla o una frente. Y distinguir aquí y allá las primeras arrugas que les indiquen que a lo largo de la vida las cosas nos van peor que durante la infancia. Pero olvidaban que ya no podían acariciar ni abofetear esa cara. Que ya no les era posible tocarla. Las enfermedades de las madres percibían que desatar era para nosotros una palabra hermosa.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Nos fuimos del pueblo con la cabeza, pero con los pies estamos en otro pueblo. En una dictadura no pueden existir ciudades, porque todo queda pequeño cuando está vigilado.
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La bestia del corazón de Herta Müller
Con las palabras en la boca aplastamos tantas cosas como con los pies sobre la hierba. Pero también con el silencio.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
Yo no necesitaría la pala del corazón. Pero mi hambre depende de ella. Yo desearía que la pala del corazón fuera mi herramienta. Pero es mi dueña. La herramienta soy yo. Ella manda y yo me someto. Y sin embargo es mi pala preferida. Me he obligado a quererla. Soy sumiso, porque ella es para mí una dueña mejor si soy dócil y no la odio. Tengo que estarle agradecido, porque cuando paleo por el pan, me distraigo del hambre. Como el hambre no desaparece, ella se encarga de que el palear se sitúe delante del hambre. Cuando se palea, palear es lo primero, porque si no el cuerpo no se hace con el trabajo.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
Yo estaba encerrado en mí y expulsado fuera de mí, no les pertenecía y me echaba de menos a mí mismo. Antes de ser deportado al campo de trabajo habíamos pasado diecisiete años juntos; compartimos objetos grandes como puertas, armarios, mesas, alfombras. Y cosas pequeñas como platos y tazas, salero, jabón, llave. Y la luz de las ventanas y las lámparas. Ahora me habían sustituido. Sabíamos unos de los otros cómo no éramos ni seríamos nunca más. Ser un extraño constituye sin duda una carga, pero sentir miedo de extraños en una cercanía imposible es una sobrecarga. Yo tenía la cabeza dentro de la maleta, respiraba en ruso. No me apetecía irme y olía a distancia. No era capaz de pasar el día entero en casa. Necesitaba un trabajo para abandonar el silencio.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
Entre las personas saciadas de patria, yo me mareaba de libertad. Tenía el ánimo veleidoso, adiestrado para la caída, y un miedo abyecto, mi cerebro obligado a la sumisión.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
Estamos aquí, en el sótano, porque no tenemos oficio. Aquí los únicos oficios son barbero, zapatero y sastre. Buenos oficios, desde luego en el campo los mejores. Pero o lo eres desde siempre o no lo serás nunca. Son oficios del destino. Si uno hubiera sabido que algún día iría a parar a un campo de trabajo, se habría hecho barbero, zapatero o sastre. Pero no viajante de comercio o aparejador o maestro de cianotipos. Si uno transporta mortero o bloques de escoria durante todos estos años, o palea carbón o desentierra patatas con las manos o limpia sótanos, conoce el sentido de las cosas, pero oficio no tiene. Trabajo durísimo, pero no oficio. A nosotros solo nos exigían trabajar, nunca un oficio. Éramos siempre peones, y peón no es un oficio.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
Cuando llevas una eternidad sin saber nada del mundo de casa, te preguntas si deseas siquiera volver y qué esperas encontrar allí. En el campo te arrebataban el deseo. Uno no debía ni quería decidir nada. Querías ir a casa, sí, pero te limitabas a recordar el pasado, no te atrevías a añorar el futuro. Creías que el recuerdo ya era añoranza. Dónde puede estar la diferencia si siempre le das vueltas en la cabeza a lo mismo y tu mundo está tan perdido que ni siquiera lo necesitas.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
O las otras variantes: que no nos marcharemos nunca, porque nos mantendrán aquí hasta que el campo sea un pueblo sin torretas de vigilancia y nosotros sigamos sin habernos convertido todavía en rusos o en ucranianos, pero sí en habitantes acostumbrados. O que tendremos que quedarnos aquí tanto tiempo que ya no desearemos marcharnos, convencidos de que nadie nos espera en casa, porque allí hace mucho que viven otros, porque todos han sido deportados, quién sabe adónde, y ellos mismos tampoco tienen hogar,. Otra variante dice que finalmente querremos permanecer aquí porque ya no sabremos qué hacer con el hogar ni el hogar sabrá qué hacer con nosotros.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
Una variante del regreso que circulaba aquí, en el campo, decía que cuando retornáramos a casa habrían pasado nuestros mejores años. A nosotros nos ocurriría lo mismo que a los prisioneros de guerra después de la Primera Guerra Mundial, que el regreso duraría décadas.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
En caso de que tuviera que ser deportado de nuevo en esta vida, lo sabría: hay cosas esenciales que quieren algo accidental, aunque uno no lo desee en absoluto. Qué me impulsa a ese apego. Por qué de noche quiero tener derecho a mi desgracia. Por qué no puedo ser libre. Por qué obligo al campo a pertenecerme. Nostalgia. Como si la necesitase.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
Hace tiempo que mi nostalgia se ha familiarizado con los ojos secos. Y ahora me gustaría, además, que mi nostalgia también dejase de tener dueño. Entonces ya no pensaría más en mi situación aquí ni me preguntaría por la de los de casa. Tampoco pasaría por mi mente una sola persona más de casa, únicamente objetos. [...] Si consigo todo esto, mi nostalgia ya no será sensible al anhelo y únicamente será hambre del lugar donde antaño estuve harto.
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Todo lo que tengo lo llevo conmigo de Herta Müller
No me canso de repetirme que albergo pocos sentimientos. Cuando me tomo algo a pecho, solo me afecta moderadamente. Casi nunca lloro. No soy más fuerte que los de los ojos húmedos, sino más débil. Ellos se atreven. Cuando no eres más que piel y huesos, los sentimientos son valientes. Yo prefiero ser cobarde. La diferencia es mínima, y aprovecho mi fuerza para contener el llanto. Si alguna vez me permito un sentimiento, convierto ese punto débil en una historia que insista en la ausencia de nostalgia.
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La edad de la inocencia