La bestia del corazón de
Herta Müller
Cuando nos despidieron nos dimos cuenta de que las cosas nos iban peor sin esa perturbación fiable que bajo su yugo. Puesto que en nuestro entorno se nos consideraba fracasados tanto si teníamos trabajo como si nos despedían, nosotros mismos empezamos a considerarnos fracasados. Pese a que repasábamos todos los motivos y los defendíamos, nos sentíamos fracasados. Estábamos agotados, hartos de la muerte inminente del dictador, de los muertos durante las fugas, sin darnos cuenta nos acercábamos cada vez más a la obsesión por la fuga. El fracaso se nos antojaba tan corriente como respirar. Era nuestro denominador común, al igual que la confianza. Y sin embargo, cada uno de nosotros aportaba su propio granito de arena: el propio fracaso. En ese fracaso, cada uno de nosotros se había forjado una mala imagen de sí mismo, una imagen salpicada de arranques de engreimiento atormentado.