La bestia del corazón de Herta Müller
Las enfermedades, pensaban las madres, son un lazo para los hijos. Así permanecían atados en la distancia. Querían un hijo que buscara los trenes de regreso a casa, que buscara el camino entre girasoles o bosques para dar la cara. Ver una cara, pensaban las madres, en la que el amor atado sea una mejilla o una frente. Y distinguir aquí y allá las primeras arrugas que les indiquen que a lo largo de la vida las cosas nos van peor que durante la infancia. Pero olvidaban que ya no podían acariciar ni abofetear esa cara. Que ya no les era posible tocarla. Las enfermedades de las madres percibían que desatar era para nosotros una palabra hermosa.
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