La bestia del corazón de Herta Müller
Necesitábamos la rabia de palabras largas que nos separasen. Las inventábamos como maldiciones para crear distancias. Nuestra risa era dura, nos clavábamos el dolor los unos en los otros. Tardábamos poco, porque nos conocíamos a fondo. Sabíamos a la perfección qué dolía al otro. Nos excitaba que el otro sufriera. Queríamos que se desmoronara por el peso del amor en estado puro y percibiera su escaso aguante. Cada insulto era el preludio del siguiente, hasta que por fin el insultado callaba. Y aún seguíamos un rato. Durante un rato seguíamos arrojando palabras a su rostro como si de saltamontes en un campo carcomido se tratara.
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