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La niña del salto de Edgar Borges
Toda la dicha que hay en este mundo, todo proviene de desear que los demás sean felices, y todo el sufrimiento que hay en este mundo, todo proviene de desear ser feliz yo.
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Calificación promedio: 5 (sobre 5 calificaciones)
/De niño, a los nueve años intenté escribir una novela que titulé El cielo y el infierno; la historia era tan violenta que algunas personas del entorno se preocuparon. Pero mi madre, que era una mujer sensata, me dejó tranquilo. Más tarde, el escritor colombiano Norberto Díaz Granados le dijo a mi madre que «había hecho muy bien en no censurar mi necesidad de expresar violencia a través de mis escritos».
Es un camino que se parte en dos. Hasta el año 2010, cuando publiqué La contemplación, andaba en la búsqueda de una forma que me permitiera crear la ficción que tenía en la cabeza. de 2012, año de El hombre no mediático que leía a Peter Handke, a 2014, año de La ciclista de las soluciones imaginarias, emprendí un proceso en el cual aún estoy sumergido. El mismo tiene que ver con hacer ficción con la idea de desmontar la realidad. Es decir, presentarle al lector una obra con varias posibilidades, que en una primera lectura se descubra que ese entramado, definido como realidad, fue creado por seres humanos. Si bien en los tres títulos citados, todos de novelas, desarrollé esa intención de desnudar la realidad a través de la literatura, fue con La ciclista… donde sentí que comenzaba a jugar con mayor espontaneidad con los temas y las formas que me interesaban, y me interesan. Me gusta llamarlo «literatura de entramados», un artefacto que gira en torno a la realidad con la necesidad de encontrar salidas. Es una necesidad urgente, imperiosa, pero al mismo tiempo con una fuerte dosis de juego. En todo esto Enjambres significa la combinación de la violencia que interesaba a aquel niño con la literatura de entramados que ha centrado la atención del adulto. En Enjambres integro los temas que me obsesionan: el extravío de la infancia; el abandono y la memoria como recurso de salvación.
Es posible, me interesa que el lector perciba que lo que llamamos realidad es la creación de una suma de intereses. Creo que el arte es un artefacto ideal para desmantelar la idea de que la realidad es un destino. Nos educan para seguir un guión, no para interpretarlo, mucho menos para participar en la creación de otra realidad. Sin embargo, esta inquietud me nació no en las lecturas de ficción, sino en la literatura de un científico como Albert Einstein. A muy temprana edad me entusiasmaron los ejemplos tan sencillos y magistrales con los que Einstein explicó sus teorías. Todo esto me llevó a descubrir las similitudes que existen entre la física y la literatura.
Esta novela nace de mi rechazo al ruido. El ruido podría ser el hilo conductor de la historia de incomunicación entre los seres humanos. Llevo tiempo pensando que cada individuo está inoculando el ruido del mundo en su interior. Que todo el ruido que durante siglos emitimos contra el mundo exterior, ahora lo estamos interiorizando en la dinámica virtual. Nuestra rutina virtual es, en su mayoría, silenciosa. Pero solo es un silencio aparente, porque los mensajes que lanzamos contienen el ruido insoportable de la «sin respuesta», de sospechar que hemos anclado en una isla, de tener la sensación de que nadie tiene oído para atender nuestros mensajes. Y esa impotencia comunicacional está originando un ruido brutal en cada naufrago de esta dinámica. Como si todo el ruido emitido ahora regresara hacia nosotros. Bajo esa idea nace Enjambres, una novela que cuenta el estallido de esas individualidades incomunicadas. Un buen día, sin razón aparente, amanecemos dentro de «una guerra de todos contra todos». La gente enfrenta en las calles, a golpes y palos, sus diferencias. Si tú no vas contra otro, alguien irá contra ti. Esa predica constante de vender al extraño como enemigo, en Enjambres se convierte en una realidad generalizada. Una opinión es el detonante que hace estallar toda la educación del miedo y la sospecha que recibimos.
La infancia nos abre las puertas a los descubrimientos, o nos la cierra. En la infancia nos determinan (quienes son adultos para entonces) si el mundo será un espacio de posibilidades o un lugar para los resentimientos.
El problema es cuando la idea de salvación viene de afuera; en la novela viene de los padres, pero ya sabemos que siempre alguien querrá salvarnos y es en la fe en ese intento ajeno cuando terminamos perdiendo nuestra libertad de opción. Yo no creo que la ficción te permita predecir un hecho; lo que ocurre es que la ficción despeja la mirada y permite ver más allá de la saturación del día a día. Por ejemplo, las cenizas de una determinada realidad se ven a tiempo desde la ficción.
No lo sé, si la literatura salva solo se puede saber desde una experiencia individual. Te puedo responder que a mí la literatura me ha salvado de estar «muerto en vida», y eso es bastante.
Sí, el miedo y la soledad como las primeras consecuencias que genera la desconfianza. Los cinco jóvenes de Enjambres tienen miedo de terminar como sus padres y como los adultos en su conjunto; tienen miedo de una realidad donde con frecuencia se pasa de la infancia al cinismo. Para estos cinco amigos quien termina de esa manera se convierte en un monstruo. He ahí la diatriba de ellos, huir a la infancia no es posible, pero la vida adulta no les interesa. ¿Qué hacer entonces? ¿Dónde y cómo permanecer fuera de esa fábrica de conductas que el grupo detesta?
El tiempo lo determinan los hechos y sus distintas velocidades. Un día cargado de muchos acontecimientos se percibe fugaz, como si tuviera menos de veinticuatro horas. En cambio, un día marcado por un acontecimiento que cubre todas sus horas, ralentiza nuestra percepción del tiempo. En Enjambres pretendí que en pocas páginas una semana diera vueltas en torno a los últimos diez años de cinco jóvenes.
Del ruido.
Como autor Peter Handke es fundamental para apreciar la vida en tiempos de ruido; en ese sentido creo que su obra podría ser importante para cualquier lector. Mi literatura, como dije antes, tiene sus orígenes en mi interés por la física. de esas lecturas nace mi sentido de la ficción. Y sí, pienso que la literatura siempre es un espacio para dialogar con otros autores.
Es mejor escribir en silencio, pero comparto que tiene que ver con la historia de un hombre que no sabía ser hombre.
Una colección de cuentos de Gabriel García Márquez.
El Principito de Antoine de Saint-Exupéry.
A Don Quijote de la Mancha siempre vuelvo para descubrir las claves de todo lo mucho que puede ser y dar una novela; Cervantes siempre dará pistas. Pero son varios los libros que releo cada cierto tiempo. El proceso de Franz Kafka; Orlando de Virginia Woolf; El extranjero de Albert Camus; Pedro Páramo de Juan Rulfo; Olvidado rey Gudú de Ana María Matute; El paseo de Robert Walser; Un hombre que duerme de Georges Perec; Lucie en el bosque con estas cosas de ahí de Peter Handke; El malogrado de Thomas Bernhard y algunos otros. Pero el libro al que vuelvo con mayor frecuencia es El Principito, quizá para sostener cierto hilo con el niño que lo descubrió.
Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite. Y gracias a esta pregunta prometo buscarlo esta misma tarde.
Diane di Prima, enorme poeta estadounidense poca traducida al español.
Seguramente varios, pero no me viene ahora mismo ninguno a la cabeza, quizá lo olvidé.
«La imaginación es la única arma en la guerra contra la realidad», de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.
Antes de terminar de responder esta entrevista, me fui a buscar Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite. Ya comencé su lectura, he perdido la vergüenza.
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La niña del salto de Edgar Borges
Toda la dicha que hay en este mundo, todo proviene de desear que los demás sean felices, y todo el sufrimiento que hay en este mundo, todo proviene de desear ser feliz yo.
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Harry, Ron y... (Saga de Harry Potter)