Obabakoak de Bernardo Atxaga
¿De qué servía recordar?, ¿no era mejor dejar el pasado como estaba, sin removerlo?
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Calificación promedio: 5 (sobre 49 calificaciones)
/Empecé a escribir en la revista del colegio La Salle de San Sebastián cuando estaba en quinto bachiller. En quinto o en sexto, no me acuerdo bien. de lo que sí me acuerdo era del empeño que ponía en hacer bien las redacciones que nos ponían como tarea en la clase de literatura.
Necesitaría un libro entero para describir con detalle mi vida de escritor bilingüe. No hay muchos escritores que lo sean, y casi nadie que lo sea en lenguas tan distintas como el euskera y el castellano. Si no fuera por Asun Garikano, traductora de Faulkner, Stevenson o Merimée, yo no podría llevar adelante el trabajo. Ella lleva el peso de la traducción. No hace falta tener mucha imaginación para darse cuenta de lo que supone acabar por ejemplo, Etxeak eta hilobiak de más de cuatrocientas páginas, y convertirlo en Casas y tumbas.
Me atrevo a decirle que fuera de la memoria no hay nada. Todo lo que existe, existe en la memoria. Fuera de ella solo hay vacío. Basta observar a las personas que la han perdido. No saben su nombre, ni dónde están, ni lo que, por ejemplo, significa la voz «pan». Se convierten en vegetales, cambian de reino. Otro ejemplo: las palabras que acabo de escribir. Existen y cobran su valor simbólico gracias a que están en la memoria, tanto en personal como en la colectiva. Lo que sí se puede decir es que Casas y tumbas, nace a partir de mis experiencias personales. Estuve en el cuartel de El Pardo, estuve en el colegio Beau Frêne de Pau, conocí de cerca las huelgas de las residencias de ancianos... Lo que no sabía, que el título ganaría en fuerza por causa de la situación creada por la pandemia. Tanto «casa» como «tumba» parecen hoy palabras-eje. Siempre lo han sido, pero ahora mucho más.
Me cuesta decidirme por un punto de partida. En general, las cabezas suelen estar llenas, de ideas, de recuerdos, de fobias y filias, de toda clase de cosas, y así le ocurre también a la mía. ¿Por dónde tirar? En el caso de Casas y tumbas, me decidí por dos lugares que en el pasado me resultaron perturbadores, los que ya he citado, el cuartel de El Pardo y el colegio de Pau. Pero al empezar a escribir apareció un tercer lugar, Ugarte, un barrio rural del País Vasco. Imaginé, es decir, «vi» a un adolescente que llegaba allí precisamente del colegio de Pau, lo vi junto a un canal, sin voz, enmudecido, y vi también a otras personas, las que trabajaban en la panadería, dos de las cuales habían estado precisamente en el cuartel. A partir de ahí aparecieron todos los demás elementos: la mina, el jabalí, los dóberman del ingeniero Antoine, la evolución de los dos hermanos gemelos... ¿Qué las historias son diferentes? Pues sí y no. A quienes lean la novela muy rápido les parecerá que se trata de seis historias singulares; a los que la lean con tranquilidad, que se trata de una novela que surge de un mismo fondo.
Pero los paisajes abiertos también encierran. Y no lo digo solo por aquello de Bob Dylan, «también los pájaros están presos en las cadenas del cielo», sino porque, de todos los mundos, el más importante es el que llevamos puesto. Creo que esa reflexión ya está en la novela, en la escena en que Martín sale del ambulatorio y camina por la calle con su hija enferma. Se pregunta cómo saldrán del encierro impuesto por la enfermedad, «una prisión peor, en muchos aspectos, a la de acero y cemento que él había conocido. Estando allí —en la cárcel— jamás se había sentido tan aislado». Si lo puedo decir, los espacios de mis libros son importantes. No puedo resumir lo que significan ¿«Soledad»?… Sí, pero ¿qué es la soledad? Hay mil soledades. Eso es precisamente lo que se tiene que ver en las páginas de la novela. No hay resumen posible.
Efectivamente, hay diferentes registros. En las dos primeras piezas, casi hasta la mitad de la novela, la narración es realista. No va en línea recta, pero casi. Luego, en la tercera pieza, en la cuarta, la narración empieza a girar, empieza a hacer espirales, no va por fuera, sino por dentro de las mentes del ingeniero, del gemelo que ha sufrido un accidente… y aparecen hechos de la historia, distorsionados, aparece por ejemplo a tortura en un lenguaje-mezcla cuyo componente principal es el western, el de las películas del oeste. Trato de contar la verdad, y la verdad desaparece como por ensalmo en cuanto se utiliza un lenguaje común, correcto, apolíneo. Por eso utilizo a distorsión. Lo hice por primera vez en Siete casas en Francia. Trate de contar ciertos horrores «africanos» con el lenguaje de las revistas de peluquería y con el elegante tono de las, tantas veces inmorales, novelas de aventuras. Creí que de esa manera el horror quedaba más a la vista.
Es un momento muy grato para mí. Tengo la mesa con folios de diferentes colores, y voy escribiendo en ellos a mano, una idea por aquí, otra idea por allá. Ahora mismo estoy con los folios verdes, he escrito unos veinticinco desde que empezó el encierro por la pandemia. No tengo un plan, escribo sin ataduras. Con todo, para no sentirme del todo feliz, me someto a la disciplina de revisar los más de cien textos que he ido leyendo en Euskadi Irratia. Publicaré el compendio a finales de año, y se titulará Zeruko kronikak, (Crónicas del cielo), porque muchas de ellas están escritas a partir de lo visto en aquellas alturas durante los fines de semana que he pasado allí. Le contaré un secreto: ¿Sabe que en el cielo muchísima gente fuma? Pues así es. Lo hacen porque no afecta a la eternidad.
Los papeles postumos del club Pickwick , de Dickens. Lo leí en la adolescencia, y me encantó su humor.
No creo que se trate de eso. Particularmente, si topo con un buen libro me siento feliz, y trato de leerlo poco a poco, para que me dure.
Creo que Poemas y canciones de Bertolt Brecht.
Releo poesía, fundamentalmente. Es más, me pasó la vida releyendo poesía. Poemas de Baudelaire, por ejemplo, que siempre tengo sobre la mesa. O alguno de Cravan o de algún otro autor de canciones. O de Leopoldo María Panero. Algún ensayo que en su día me interesó mucho, y que quiero repasar. El que Juan Benet escribió sobre los epitafios del monasterio de Oña, pongo por caso.
No pienso en esos términos, y siempre apelo a la autoridad de mi amigo Javier Escudero, librero de Bilbao, que dijo «Hay gente a la que le gusta mucho leer, y hay gente a la que le gusta leer mucho». Nosotros somos de los que nos gusta mucho leer, y dejamos las competiciones para los korrikalaris.
El valor es siempre social, vale decir histórico, sujeto a determinaciones políticas y de toda índole. Pongo un caso: ¿Hay periodistas mejores que el checo, que escribía en alemán, Egon Erwin Kisch? No lo creo. Sin embargo, cualquier californiano tiene mejor prensa…En la prensa pro-californiana, se entiende. ¿Es comparable, como autobiografía, la que publicó Antonio Gamoneda, Un armario lleno de sombra, con la autobiografía de, pongamos, Philip Roth, Los hechos? No es que la de Roth esté mal, pero la de Gamoneda me parece de un nivel superior. La sobrevaloración literaria no es sino un correlato de la sobrevaloración de ciertos países.
El alienista de Machado de Assis. O la poesía de Javier Aguirre Gandarias. Música del río , por ejemplo, «El loro. Tiene un ojo cerrado y otro abierto. ¡El loro tuerto!…».
No es de culto, porque yo no soy cultista. Pero me gustan las reflexiones de Joan Fuster, como aquella que dice «Parlar ja és exagerar».
Pues un libro que, como casi todos, leí y no leí en mi juventud, el Ulises de James Joyce. Me da bastante que pensar.
El Instituto Cervantes organizó una mesa redonda en torno al libro «La narrativa española en la democracia actual. Crónica del Grand Séminaire de Neuchâtel». La publicación traza la historia del reputado Grand Séminaire de Neuchâtel, unos encuentros internacionales organizados en Suiza durante diecinueve años dedicados a los grandes narradores españoles actuales (tales como Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Luis Mateo Díez, Juan José Millás, José M.ª Merino, Enrique Vila-Matas, Javier Marías, Álvaro Pombo, Cristina Fernández Cubas, Javier Tomeo, Bernardo Atxaga, Almudena Grandes, Luis Landero o Andrés Neuman), cuyos trabajos se han convertido en bibliografía imprescindible para los expertos en la materia. Participaron en el acto la autora del volumen, Irene Andres-Suárez; Lidio Nieto, editor; Ángel Basanta, crítico literario; y los escritores: Luis Mateo Díez, Ana Merino, Luis Landero, Julio Llamazares y José María Merino. Más información: https://cultura.cervantes.es/ESPANYA/es/id/166717 Suscríbete a nuestro canal de YouTube: https://www.youtube.com/InstitutoCervantesVideos?sub_confirmation=1
Obabakoak de Bernardo Atxaga
¿De qué servía recordar?, ¿no era mejor dejar el pasado como estaba, sin removerlo?
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Obabakoak de Bernardo Atxaga
—Significa —comenzó él—, que esa luz que nosotros estamos viendo ahora es la misma que vieron nuestros abuelos, y también los abuelos de nuestros abuelos; que es la misma luz que contemplaron todos nuestros antepasados. Desde hace cientos de años, esta casa nos une a todos, a los que vivimos ahora y a los que vivieron antes. Eso es la Iglesia, Esteban, una comunidad por encima del tiempo.
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Memorias de una vaca de Bernardo Atxaga
Como dice el refrán: Vaca que no lo intenta, o es cobarde o es tonta. |
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Novela de ciencia ficción, escrita por Richard Matheson, en 1975 se titula: "En algún lugar del _________"