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Otra fascinante novela de Paloma Sánchez-Garnica. Admiro a esta escritora por su capacidad de cautivar con sus tramas y de dar una buena y amena lección de Historia; con ella no se lee solo por distracción, sino que se aprenden muchas cosas. Además, la calidad de su escritura hace que leer sea un placer: en concreto, destaco el título que da a cada capítulo, porque el efecto de leer “ Últimos días en Berlín” es digno de ser sentido. Recomiendo encarecidamente este libro: me atrajo desde su inicio, ha mantenido la tensión de principio a fin, enlazando la situación de Alemania y Rusia en torno a la Segunda Guerra Mundial con una apasionante historia de amor que no deja indiferente, y no ha tenido ninguna parte aburrida. Eso sí, esta no es una novela de guerra, sino de lo que ocurre simultáneamente. Es imposible no emocionarse con sus protagonistas, personajes carismáticos y valientes que afrontan con fortaleza la crueldad de la época y lucha por salir adelante. En esta ocasión, además, muchos personajes secundarios están tan bien relacionados con la historia que reaparecen durante la historia, algo que me ha gustado bastante. Destaco el protagonismo que se le da a la mujer durante y tras la guerra: unos hechos tan crudos contados con tanta delicadeza. Dada la época y la zona en la que se desarrolla, la Europa de principios del siglo XX, sabes que vas a sufrir irremediablemente con lo que ocurra; que los personajes principales sean carismáticos tampoco ayuda, pero como dicen, “sarna con gusto no pica” y a mí, las tragedias no me angustian. Así que, comienzo con Yuri, el protagonista (discutible, en algunos momentos) de esta novela. Se trata de un personaje que enamora en la ficción y, a muchos, apostaría que también en la realidad: valiente, seductor, luchador y, a la vez, sufridor; un hombre que no se da por vencido. El pobre tiene mala suerte, todas las decisiones que toma son las peores, pero a todo la historia se encarga de encontrarle su porqué y de todo sale airoso al final (y menos mal, porque las dosis de tristeza entran mejor en su justa medida); podría decirse que, con él, el karma existe y que recoge las cosas buenas que siembra. Y pasando a la trama, comienza cuando su infancia se ve truncada con la Revolución Rusa y aquí destaco algo de lo que he hablado anteriormente: con esta autora se aprende Historia. Recuerdo cuando estudié en el instituto este tema y siento que, en realidad, lo aprendí a medias: no se tocaban las injusticias ni la crueldad con la que se trataba a los ricos, la impotencia de perder las pertenencias que has trabajado por tener, y lo que el comunismo en sí implica: que todo sea del Estado y se reparta igualitariamente solo conduce a formar una sociedad de vagos, sin cultura del esfuerzo. Leer hace personas críticas, por eso muchos procuran que no se haga. de esta época, destaco la tensión cuando su madre no puede subir al tren, la congoja cuando el hermano pequeño se pierde (yo, inocentemente, pensé que ambos estarían juntos), y la tristeza de que los padres mueran separados por una traición de la que él era desconocedor. Aunque ocurre más adelante, es demoledor el reencuentro con su hermano: leer que se daban el primer y el último abrazo indicando un fin tan precipitado es una de las partes que más me emocionó. ¡Qué mérito tienen los buenos escritores!
Saliendo de la Unión Soviética y cambiando de tercio, entramos en una historia de amor imposible entre Yuri y Claudia, una berlinesa con una personalidad arrolladora, simpatizante del partido nazi que, de vez en cuando, saca los pies del tiesto. Aviso que hay muchas citas que me han marcado, y una es cuando la primera noche se dice que no podría olvidarse de esos ojos. Y aquí es cuando las palabras te anticipan que siempre se van a querer. Como es lógico, su relación acaba: una alemana, casada con un integrante de las SS, no puede seguir viéndose con un extranjero que está en el punto de mira de “el ojo que todo lo ve, el oído que todo lo escucha y la mente que todo lo decide”. Aquí es cuando, entra en escena Krista que, previsiblemente, se enamora de Yuri y es medio correspondida. Claudia es el típico personaje que representa la maldad, mientras que Krista es la salvadora, toda llena de bondad: a una la odias, a la otra la amas. No es mi caso, ya que mi personaje favorito fue Claudia: educada en el nazismo, casada por insistencia, maltratada y sola ante el dolor de verlos juntos, comprendo que hacerse la mala fuera una coraza y, además, ¿quién no se hubiera comportado como ella para que el único aliciente de su vida siguiera a su lado? Bromas aparte, es la que mayor evolución positiva tiene durante la novela y, aunque siento pena por Krista, porque lo más justo hubiera sido que viviera y terminara con Yuri, siempre quise que no estuviera con ella. de hecho, cuando Yuri con fiebre llama a Claudia en sueños, aparece un halo de esperanza. Claramente, las dos mujeres pasaron de tener una relación cercana a convertirse en enemigas cuando se dieron cuenta que tenían en común al mismo hombre, para llegar a ser amigas con el fin de la guerra y la llegada de los rusos. En este momento, ambas ganan todo el protagonismo de la trama, y no es para menos, ya que reflejan detalladamente la vida de las que no están en el frente: asumen la guerra con fortaleza ante el sinvivir que provocan el miedo, la espera, la incertidumbre y el desconocimiento de lo que está ocurriendo; después, son consideradas el botín para los ganadores (sin contar las que fueran repudiadas por los maridos por este motivo). Un tema de los que mayor repulsión me generan, y otro que no te enseñan cuando estudias la Segunda Guerra Mundial. A pesar de todo lo que sufren las dos, siguen teniendo ganas de salir adelante. Demuestran que se puede seguir teniendo fuerzas para continuar y que “si vives, tienes una oportunidad”. Lo mismo con Yuri, cuando sabía que tenía los días contados mientras vivía en un gulab siberiano. A todo esto, Yuri vuelve, Krista desaparece del mapa y Claudia, que siempre lo salvaba, por fin es feliz. Te lo puedes esperar o no, lo innegable es que la primera historia de amor tenía todas las papeletas de ser la definitiva; una narración no tenía nada que ver con la otra, y se veía de lejos que con Claudia todo fue mucho más intenso y completo. Un final bastante precipitado, que se hubiera disfrutado más si hubiera sido más lento y detallado (después de tantas desgracias, los lectores nos merecíamos un poco de alegría). También fue una suerte que marcharan a Suiza y no se quedaran en Berlín, con el riesgo de caer en el lado oriental y vivir bajo el yugo de los soviéticos. Te das cuenta aquí que hubo una generación de alemanes que no dejó de sufrir: nazismo, persecuciones y vigilancia, guerra, posguerra y comunismo (esto último, contado muy bien en la Sospecha de Sofía).
Siguiendo con la tónica política, este libro muestra a la perfección dos cuestiones innegables: que todos los extremos son peligrosos y que la Historia siempre la escriben los ganadores. A través del relato de la situación en la vida cotidiana del Berlín nazi (porque esta historia no está centrada en la guerra), se cuenta cómo los ideales se implantan a base de terror y prejuicios de una manera brillante, enlazándolo con los “principios de propaganda de Goebbels”. del mismo modo, con el afán de eliminar a todo lo que amenace al estado soviético: a Kolia por quedarse con una pistola, a Axel por abogar por Yuri, a los que han ido a Alemania por haber visto la vida allí… Una buena reflexión sobre este punto es cuando el soldado ruso bueno se pregunta por qué los nazis pretendieron invadir la URSS, teniendo de todo, incluso más que ellos. Por otro lado, del nazismo sabemos mucho, pero del comunismo soviético no tanto, cuando ambos se equiparaban, y un buen ejemplo es la masacre del Bosque de Katyn. + Leer más |