Tras el buen sabor de boca que me dejó Pedro Simón con Los ingratos, debo reconocer que esperaba mucho más de sus incomprendidos. Con esto no quiero decir que la novela que nos ocupa sea mala. No lo es, pero sin embargo, hay cierta distancia con su primogénita, tanto en prosa, como en estructura. También se me hace mucho más complejo hablar del argumento, pues el riesgo de contar demasiado es alto. Puedo decir más bien poco. Una familia que progresa económicamente, unida y aparentemente feliz (eso de la felicidad absoluta, es una quimera) rompe su dulce armonía a causa de un trágico suceso. A partir de entonces, en el mismo espacio, las distancias se agrandan y los silencios son puñales que se clavan en sus ya atormentadas almas. La adolescencia juega un papel importante dentro de la obra. Esa etapa donde se busca una identidad que ni ellos mismos conocen, donde Pedro Simón añade más leña al fuego, en especial en Inés, joven en ese tránsito de niña a mujer. (Julio, no invoco a tu canción y lo sabes) Un hogar repleto de incomprensiones y grandes soledades que cada cual soporta como puede, pues a afrontar estas especiales circunstancias, nadie nos prepara y nunca se esperan. Pero este es también un libro de luz, de lucha, y de un horizonte intangible, pero que alivia, llamado esperanza. Para nuestra familia, rendirse no es una opción, incluso en sus momentos de mayor confusión e incomprensión. Una novela llena de pequeñas y grandes aristas que deja al descubierto las sombras de aquellas familias que, en apariencia parecen modélicas, pero en su intimidad padecen los mismos conflictos que los demás. Y un excelente libro para que padres y adolescentes comprendan como se sienten ambas partes durante el proceso de búsqueda interior de quienes dejan de ser niños y se alejan del ala que les protegió. + Leer más |