Si existía (si el amor existía tal y como Gregory Bridgerton lo imaginaba), no era para ella. No lograba imaginar tal marea de emociones. Ni podría disfrutarla. Eso lo sabía. No quería sentirse perdida en un torbellino, a merced de algo que escapaba a su control. No quería sufrir. No quería desesperarse. Y si eso significaba que también tenía que renunciar a la dicha y el éxtasis, que así fuera. |