No puedo más, estoy exhausta: un pilar de blancura en un apagón de cuchillos. Soy la ayudante del mago, la que nunca se inmuta. |
No puedo más, estoy exhausta: un pilar de blancura en un apagón de cuchillos. Soy la ayudante del mago, la que nunca se inmuta. |
Si la luna sonriese, se te parecería. Das la misma impresión de algo bello, pero aniquilador. Las dos sois grandes receptoras de luz. Su boca en forma de O se angustia por el mundo; la tuya no se altera, y es que tu don primero es convertirlo todo en piedra. |
Y el cuchillo no cortaría, sino que ingresaría puro y limpio como el llanto de un niño y el universo se me desprendería del costado. |
Pero, por dios, las nubes son como algodón. Un ejército entero. Son monóxido de carbono. Dulce y afablemente las inhalo llenándome las venas de invisibles, de millones de probables partículas que van tachando años de mi vida. |
La luna no es una puerta. Es una cara en sí misma, tan blanca como un nudillo y horriblemente apenada. Tira del mar como de un oscuro crimen, y guarda silencio con la gran O boquiabierta de la absoluta congoja. |
Soy carne roja. Con su pico golpea de soslayo: me resisto a ser suya. |
Mientras el cielo, gusanera de sonrisas acumuladas, pasa nube tras nube. Y el ramo de la novia se deshace en frescura, el alma es una novia en un lugar tranquilo, y el novio se sonroja, olvidadizo, no tiene rasgos. |
Estar completo es esto. Un espanto.
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Conozco el fondo, dice. Lo conozco con mi gran raíz primaria: es lo que temes. No lo temo: he estado ahí. ¿Es el mar lo que oyes en mí, sus insatisfacciones? ¿O la voz de nada, que era tu locura? |
Los tulipanes deberían estar entre rejas como fieras salvajes; se abren como las fauces de un felino africano y me vuelvo consciente de mi corazón: abre y cierra su búcaro de flores rojas de puro amor por mí. El agua que me ofrecen es cálida y salada, como el mar, y viene de un país lejano como la salud. |
Marinero en tierra