Vengo de ese miedo

A pesar de ser un libro escalofriante, muy crudo y brutal también es poderoso, magnífico y potente.

El autor Miguel ángel Oeste ha realizado con valentía y gran verdad , un magnífico relato de supervivencia que percibimos en cada página. Lo vivimos, a pesar de la dureza, y no podemos dejar de leer ni una sola línea.

Lo que sí me ha pasado a mí, es que, a veces lo dejaba , para retomarlo después de pasar horas o incluso algún día. Y es que ese miedo que asoma en cada página, nos paraliza y la historia que tan realmente nos descubre, sobre su familia, una familia monstruosa, nos invade.

Pero hay que leerlo, y es que es un retrato desgarrador, estremecedor y tan impactante que solamente con la primera frase que inicia el libro, te quedas absolutamente desconcertada y conmocionada.
Porque es una frase que se repite muchísimas veces y es que el narrador quiere matar a su padre.

Pero, y de su madre, ¿Qué nos cuenta?

En el primer capítulo , también vamos a asistir a la noticia de la muerte de su madre, a su descripción de cómo acabó, siendo, una mujer que había sido bella y terminó desfigurada y loca.

Sin embargo, el autor, sobre todo, escribirá sobre su padre, un padre que nunca ejerció de padre sino de verdugo, y su pretensión y deseo es llegar a saber, a averiguar a sus treinta y muchos años, si el miedo, su miedo paralizante, puede desaparecer cuando escriba y hable sobre ello.

Será difícil, y el libro se detiene, lo deja, lo retoma y lo deja de nuevo. aunque a pesar de todos los temores y las paradas, al final lo acabará, aunque como él mismo nos indica en el apartado final titulado muy certeramente, Abrir y cerrar puertas, un libro nunca acaba, un libro jamás se cierra del todo, aunque sí, nos dice, le funciona como un refugio en el que se siente protegido.

El libro no contempla una exposición abierta mostrando un victimismo clásico, sino que por el contrario, va contando experiencias y las cuenta solamente como él las sintió y las vivió, alejándose todo lo posible del concepto víctima.

No levanta el autor la persiana que nos mostraría un escaparate en el que repartir culpas a todos aquellos, que en algún momento, miraron a otro lado, sin compasión, a todos aquellos Pilatos que se lavaron las manos.

Y todo ello así narrado, también es una demostración de dominio literario y de gran capacidad artística.

Y además, también logra ser un gran relato que nos refleja la sociedad de su tiempo, de una época y de su generación, cuando el silencio se imponía ante los abusos, que siempre quedaban ocultos.

Un niño, un hijo abusado, maltratado, desvalorizado por un padre, se convierte en huérfano, en un hijo sin padre mucho antes de que el padre muera, de que emprenda la fuga de la paternidad responsable y protectora, que es lo que se añade a los valores que lo definen, amor incondicional, cuidados, protección frente a cualquier intemperie, confianza en el potencial de ese niño, de ese hijo.

Un padre debe ser capaz de proyectar una vida mejor, más libre, plena y justa para su vástago.
El hijo es una promesa que el padre hace al futuro, al que le entregará pasados unos años, a un joven, a un hombre lleno de sentido, al que él habrá contribuido a educar en lo que todos sabemos que son valores éticos y morales que hay que aprender desde la infancia, que hay que integrar en el ser pronto, muy pronto.

El padre, el progenitor tiene la obligación de mejorar el mundo que habrá de acoger a su hijo en el futuro.
Así hemos ido enumerando características y funciones que el padre de este hijo nunca asumió.

El padre, el progenitor huido, fugado de sus obligaciones es un padre malvado, desconsiderado, es el padre bestia abandonando al hijo en el presente y en el futuro.

Un padre que deforma la paternidad no puede ser más que un sujeto a demoler.

Los sentimientos empáticos, los sentimientos filiales, el amor y respeto de un hijo hacia su padre muere cuando la bestia los atropella.

El hijo, este hijo, el que es narrado y explicado en esta gran novela aumenta su rabia callada, su impotencia lo paraliza, lo frena, pero su resquemor aumenta sin pausa, sin poder detenerse.

Los deseos naturales del joven se han escabullido entre gritos, palizas y vejaciones.

Un deseo ancestral que clama por la supervivencia, estalla en el interior del hijo que ya solo dispone de una propuesta que ofrecer a su vida, en el joven de esta novela, ya solo subsiste un deseo, que se muera, que se muera mi padre.

La redención siempre es posible, ese milagro inusitadamente y a menudo, se nos acerca para salvarnos. El milagro de la resurrección también es humano.

"La memoria reformula el dolor. Lo vuelve maleable, lo justifica, lo hace respirable incluso, si lo que se cuenta es terrible. Sin ser sincera del todo, la memoria es la única herramienta que tenemos.
La única.
La memoria sabe adaptarse al lenguaje de las circunstancias.
La memoria marca el cuerpo, lo que somos."

Hace unos días terminé de leer este libro y lo he querido dejar reposar unos días antes de desgranarlo a modo de opinión personal, básicamente, por necesidad.

En "Vengo de ese Miedo", Miguel Ángel Oeste (apellido inventado para mantenerse en la sombra) nos narra una historia familiar y personal muy dura. Una historia que empieza con la intención del protagonista (él) de matar a su autoritario y violento padre por todo lo que le ha hecho sufrir desde niño, por como ha condicionado su carácter, su personalidad, por ser el culpable de todos sus miedos, de todas sus dudas, de todo lo malo que en la vida la ha sucedido.

Imaginaos un hogar que huele a rancio, a asco y a repulsa. Incontrolable, inestable y caótico. Los culpables son unos padres alcohólicos y drogadictos que no han sabido ejercer jamás ese papel, despreciando al protagonista de muchas formas e, incluso, maldiciendo el día de su nacimiento.

Él, un hijo humillado, maltratado o violado en infinidad de ocasiones por su propio padre. Un hijo repleto de temores, con la inestable coraza que te otorgan los miedos. Muchas veces señalado en su propia casa, etiquetado de "raro", siempre a la sombra de un hermano mucho mejor que él.

Un libro muy duro, a veces algo repetitivo, pero que te deja un gran aprendizaje: la intención del autor en explicar su dura historia, de sacarla a fuera y mostrar al mundo su tormenta interior. No todo vale en la vida, también hay espacio para no perdonar a quien se debería perdonar porque sí, por aquello de que lo dicen los demás. Entiendo su necesidad y sus designio en el libro, pero ha habido momentos que era una cuesta arriba muy pronunciada y a la que no le veía el fin. Aún y así, ha merecido la pena sufrirlo con él.

MI PUNTUACIÓN: 7/10

No es sino en historias como estas en las que al acabarlas no sé ni cómo puntuar lo que para mí ha sido una angustia constante. Me pasó por primera vez con Alejandro Palomas en "Esto no se dice", y se repite ahora con esta novela.

Definirlo como barbaridad se queda corto, una situación así, una vida así... Me cuesta mucho entrar en la piel de estos autores que han sufrido tanto con sus relaciones familiares y que aún así, sin el cariño y apoyo que la sociedad da por supuesto que la familia da, han salido adelante. Me considero una de las personas afortunadas que ha crecido en un hogar con amor, con protección y siempre y ante todo, con confianza ciega en mis padres. Jamás en los 29 años que tengo he puesto en duda ni una sola de las decisiones que han tomado ellos por mí, y estoy eternamente agradecida y en deuda con ellos por conseguir crear una unidad familiar tan bonita como la que tenrmos.

Este no es un libro para todos los públicos, eso quiero dejarlo bien claro. Te va a remover, te va a generar odio y asco por una situación que no debería ocurrir, ni ahora, ni hace 100 años, ni nunca. Nuestros padres y madres son para nosotros los primeros referentes "adultos" que vamos a tener, nuestro ejemplo, y que este relato sirva al menos para que, de una forma cruda y cruel, aparte a aquellos niños desprotegidos (que por desgracia siguen habiendo) de las manos de esos que no merecen el título de "padres". Nuestro deber es proteger la infancia, no destrozarla.

Es difícil leer este libro sobre todo si empatizas con el autor. Sientes su dolor y su miedo, ya no solo el de niño sino también el dolor de ser un adulto sin estructuras básicas para la vida.
No todo es perdonable aunque la gente se empeñe en esa premisa tan católica. El perdón debe nacer no obligarse y hay hechos totalmente imperdonables. El maltrato lo es, el abuso también. No solo porque coartan tu infancia sino porque violan todo tu futuro, lo impregnan de miedo, indecisión y dolor. Cada paso en la vida de un adulto con una infancia de maltrato, tiene una doble huella, la que intenta borrar de ese pasado aberrante y la que intenta marcar de ese futuro que se empeña en escribir pese a quien le pese.
No se si puedo decir que me ha gustado este libro, me habría gustado mas no lees la historia que creo ha ocurrido y ocurre en muchos hogares. Entre cuatro paredes habita un actor que encandila a la sociedad a la vez que actúa de verdugo de su propia familia. Hombres y mujeres despojados de instintos paternales que se convierten en los demonios reales de las pesadillas de unos niños con una historia que no podrán reescribir.
Este libro emana el dolor que atraviesa las entrañas del que se ha acercado mínimamente a las situaciones del maltrato, emana las emociones del adulto al que se le ha robado la posibilidad de existir por si mismo, de crearse un futuro. Duelen las frases, los párrafos, las preguntas, las dudas... Creo que hay que leerlo. Tanto si conoces el maltrato desde dentro como si no. En ambas situaciones te sorprenderás del horror que pueden esconder cuatro paredes y una sonrisa.

“A lo mejor ahí está el quid del perdón, en olvidar, en echar tierra sobre el campo de la memoria” ~ Vengo de ese miedo de Miguel Ángel Oeste.

Novela dura. El autor narra los malos tratos sufridos en su infancia por su padre y la actitud desdeñosa de su madre. El libro intenta buscar explicaciones a los hechos, acercarse al por qué, pero es que realmente no hay justificación.

En su elaboración y búsqueda de todos los puntos de vista, el autor ha ido recopilando los testimonios de amigos de la familia, de familiares, y amigos de su niñez. La figura del padre, ahora que él lo es, siempre presente, en un intento de entender su pasado y el de su padre. “Ser padre significa oír el corazón de tus hijos”.

La verdad es que tiene secuencias muy duras que se te quedan clavadas en la retina. Pensar que hay niños que pasan por esas situaciones te pone la piel de gallina. Y todavía se contextualiza en los años 70, en una sociedad que justificaba los malos tratos –quizá no a este nivel–, el machismo y el absolutismo de los padres sobre los hijos. Tremendo.

Me ha faltado un poco más de acercamiento a la voz del narrador pero quizá es que el autor no haya querido acercarse demasiado por miedo al dolor que se podría derivar del mismo. “Escribir es lo contrario a huir. Requiere voluntad, perseverancia, esfuerzo y haber encontrado el mundo. También habitarlo”, reconoce. Y hay mundos duros de habitar.

Recomendable pero os aviso, historia dura.